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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

13 ene 2013

Capítulo cuarenta y seis (Parte uno)



Suspiró al terminar de hacer la sombra del rostro. Después de darle una última inspección, dio una sonrisa vacía de satisfacción: había terminado el dibujo de Jeny.

—Y bien, ¿qué te parece? —preguntó alzando la hoja y sin quitarle la mirada de encima a su trabajo.

Kimy ladeó su cabeza y después de meditarlo un poco, respondió:

—Se parece mucho a ella. Sus ojos, sus ojos son iguales —señaló asombrada y le sonrió—. ¡Estás mejorando mucho Kim! —le felicitó tomando asiento en el piso.

—¿Tú crees? —preguntó en susurro poniendo la hoja sobre el escritorio. Se recargó ligeramente en la desgastada silla de madera y miró las cuatro paredes de su habitación con atención: cada rincón estaba cubierto por los dibujos que ha hecho desde su encierro y se podía distinguir el contraste de calidad en algunos de ellos.

Sonrió de medio lado. Los dibujos que parecían caricaturas mal hechas habían sido sepultados por “verdaderos” retratos. Por fin había abandonado su manera infantil de dibujar, ahora, se comenzaba a tomar ese hobbie algo enserio. Aunque, era algo extraño plasmar a los seres que tanto le asustaban en papel para después, pegarlos en las paredes de su cuarto, dónde lo primero que veía al despertar eran los ojos de cada uno de ellos, recordándole, que siempre están ahí, observándola, asechándola.

Volvió a mirar el dibujo de Jeny.

«Sus ojos transmiten tristeza —alzó su vista hacia los retratos que tenía enfrente de ella—. Y también los de ellos».

Sus ojos se entreabrieron ante aquel descubrimiento llegando al punto de ponerse de pie arrastrando la silla hacia atrás.

De nueva cuenta, miró las cuatro paredes de su habitación pero esta vez, enfocándose en un punto en especial: los ojos de cada hoja, de cada retrato, de cada rostro. Todos transmitían ese sentimiento, todos estaban tristes, angustiados y hasta parecían estar asustados. Pero todo aquello era opacado por las expresiones en sus rostros, dónde daban a transmitir su furia.

—¿Kimberly, pasa algo? —cuestionó la menor ante la reacción de su yo y se puso de pie.

—Ellos están molestos porque murieron —soltó de la nada—. Pero… no murieron de una forma natural, ¿verdad? —le preguntó a la nada con la esperanza de que alguien le respondiera.

Su cabeza comenzó a dolerle.

Recordó el grito de una mujer pidiendo ayuda. ¿Acaso la asesinaron? Acaso… ¿acaso asesinaron a cada uno de ellos?

Sus ojos miraron de un lado a otro, perdiéndose en el rostro de cada uno de los bocetos. Ahora, parecía que todos le gritaban “ayuda” con desesperación y en un momento crítico, llegó a escucharlos. Estaba escuchando sus voces: todos llorando, todos estaban suplicando.

—No. No. ¡Cállense! —rogó tapándose sus oídos con fuerza llegando a encogerse hasta sentarse sobre sus rodillas.

Kimy, preocupada, trotó hacia ella y la tomó con cuidado por los hombros tratando de mirar su rostro. Ahí se dio cuenta de que Kimberly miraba a cada una de sus pinturas con horror. Ella llegó a hacer lo mismo, tratando de averiguar que había de malo con ellas, pero no encontró nada fuera de lo normal. Entonces, ¿qué demonios le pasaba a su yo mayor?

—Basta. No las veas, ¡no las veas! —le gritó tratando de traerla nuevamente a la realidad, pero era inútil.

Kimberly continuaba escuchando aquellos gritos aun teniendo sus oídos aprisionados contra sus manos. Todos lloraban y soltaban alaridos de dolor. La llamaban, la exigían. ¿Por qué, por qué ella? ¡¿Por qué?!

—¡¡Déjenme en paz!! —gritó a todo pulmón cerrando sus ojos fuertemente.

Silencio.

Con su respiración agitada, abrió sus parpados sintiéndose amenazada. Al parecer, todo volvió a la normalidad, sus pinturas no eran nada más que eso, pinturas. Los rostros ya no tenían vida y las miradas ya no le transmitían absolutamente nada.

Insegura, se puso de pie, cerciorándose de que realmente el silencio había regresado pero su cuerpo se congeló al sentir una corriente eléctrica recorrerle la espina dorsal. Todavía había unos ojos que tenían vida y que estaban llenos de dolor; aun así, su mirada era mucho más intensa que las otras, parecía que ese ser era el que había sufrido más y el que de alguna manera, suplicaba por ser rescatado.

Esos ojos, eran unos que ella conocía a la perfección.

—Sam —susurró encogiéndose de hombros sintiendo como las lágrimas que contenía con fuerza en sus ojos salían por fin—. Dios Sam, ¿qué te hicieron? —le cuestionó a la hoja de papel que resaltaba entre las demás: el color amarillo que usó para colorear su cabello resaltaba entre todo ese negro, gris y blanco del trazo.

Su mandíbula se apretó y se mordió el labio inferior al sentir una ola de furia apoderarse de sí.

—¡Qué te hicieron! —gritó fuera de sus casillas, exigiéndole una respuesta—. Tu dolor se ha convertido en mí dolor desde que me metieron en este lugar. ¡He cargado con tu pena todos estos años, me has estado ahogando! —calló de golpe y ante un leve gruñido, señaló con furia a las hojas que tenía detrás—. ¡¡Al igual que todos estos!! —confesó sintiendo como su garganta se desgarraba—. Tu… ellos… todos… me están ahogando. Yo ya no puedo más, ya no puedo —dijo en susurro. Dejándose caer sobre sus piernas, cansada, derrotada.

Sintió que sus ojos le pesaban. Negó levemente. Todo le pesaba.

—No me merezco esto —murmuró sin más—. No merezco todo por lo que estoy pasando. No merezco estar aquí encerrada. ¡No merezco esta vida! —volvió alzar sus ojos hacia los del falso Sam—. ¿Me escuchas? ¡¡Yo no merezco esto!! —aquello, se vio opacado por un gran sollozo.

En ese instante, Kimberly había mandado todo al diablo.

Kimy, que se quedó paralizada al ver toda esa escena, corrió cuando volvió a sentir sus piernas y se le abalanzó brindándole un fuerte abrazo. La rodeo tan fuerte que Kimberly pudo jurar el haber sentido sus pequeños bracitos rodeándole el cuello.

—Yo solo quiero ser una mujer normal —confesó cansada y con pena, miró a la menor—. Solo quiero una vida normal… al lado de Tom —Kimy la abrazó más fuerte aún al ver que su labio inferior tembló—. ¿Cómo se supone que debo ayudarlo cuando ni siquiera yo puedo ayudarme? ¡Cómo! —cuestionó llorando más y más—. Todavía no sé por qué se fijó en mí, ¿yo qué puedo hacer? Soy solo una loca… solo eso.

—¡No digas eso Kimberly, tú no eres eso! —aseguró aferrándose a ella—. Eres una mujer fuerte, la más fuerte que nadie haya conocido jamás. Por eso Tom te eligió: él no ve una “loca”, él ve a una mujer. A una verdadera mujer. Por favor, deja de pensar así: existe gente que tiene fe en ti.

Kimberly soltó una risa vacía.

—¿Quién en su sano juicio creería en mí?

—Tom —Y antes de que Kimberly hiciera otro gesto, continuó su enumeración—. El Dr. Jost, quién nos ve como una hija y nos cuida cómo tal —la boca de la mayor se entreabrió ante aquel nombramiento. El Dr. Jost, quién había sido todo un padre para ella—. Nuestro amigo Gustav que a pesar de lo problemas, siempre ha estado con nosotras para darnos una mano y ahora, agrega al guardia Listing.

»Todos ellos tienen esperanzas de verte salir de aquí. David y Gustav con todos estos años de conocerte no se han dado por vencidos, ellos realmente creen que volverás al mundo exterior en cualquier momento —le aseguró con calma al saber que la había tranquilizado—. Kimberly, ¿por qué tú ya has perdido la fe cuando ellos no lo harán nunca? Tienes el apoyo, tienes la familia… ¡podemos hacerlo!

—Kimy…

—Seremos libres. Te lo aseguro.

La pequeña la había dejado sin palabras. Es cierto… había gente creyendo en ella. No estaba sola, ¡nunca lo estuvo! Por un momento, tuvo la sensación de que podía superar toda esta crisis, podía dejar todos los malos recuerdos atrás… podía volver a hacer una chica normal.



—Lucharé —aseguró y la miró sin un rastro de lágrimas—. Te juro que lucharé para sacarnos de aquí.

Kimy, completamente satisfecha, iba a continuar con el parloteo cuando ambas pudieron sentir la presencia de un viejo conocido y al parecer, no la estaba pasando tan bien.

—¿Bill? —le llamó por lo bajo al ponerse de pie y verlo frente a frente.

La chica se alarmó al verlo: ese no era Bill. Podía visualizar a la perfección la energía que rodeaba a ese ser: era un aura negra.

Su alma, se había corrompido por fin.

—Bill… ¿qué te pasó? —se atrevió a preguntarle al percatarse de que su compañero temblaba como nunca, estaba aterrado. Y aquello pudo ser confirmado en el momento en que el chico alzó su cabeza dejando ver sus ojos llenos de lágrimas: dolor, sufrimiento, tristeza.

Kimberly pasó una gran cantidad de saliva. Otra vez esa alucinación. No… esta vez, era real.

—Lo maté —le respondió sin poder creerlo y al sentir que sus labios temblaban los apretó con fuerza para evitar soltar un gran sollozo.

—¿Qué? —soltó estupefacta.

—Lo maté Kim… maté a mi padre. ¡Yo, yo lo maté! —gritó señalándose a sí mismo soltando toda la furia que contenía hace unos instantes—. Maté a Jörg Kaulitz.

Los ojos de la chica se abrieron de par en par ante tal confesión. Ahora, ¿qué hacía? ¿Qué podía hacer?

—No llores… no llores —le suplicó—. Estoy segura que esa no era tu intención. No llores. —decía atropelladamente y además, fue lo único que pudo pronunciar.

Bill no quería hacerlo. Él no era un asesino, estaba segura pero el chico negó. Negó una y otra vez para verla con aquellos ojos que carecían de brillo.

—Esa era mi intención: matarlo. Fui con la única intención de matarlo. —le confesó sin ningún titubeo—. No me arrepiento… no lo hago.

La sangre de la mujer se heló completamente y pudo sentir como su corazón se detuvo. Ya nada estaba bien, ¡nada!

—Si no lloras por él… entonces, ¿por quién?


El rostro de Bill se endureció.








Esto era una broma, una de muy mal gusto.

—Tu… tú estás en coma —le señaló con un hilo de voz—. Yo mismo te vi, ¡estás en coma!

—¿Es lo único que dirás? —sus ojos se entrecerraron—. ¿No te alegra ver a uno de tus hijos, eh?

—T… tú no eres real.

—Soy tan real como tú —aseguró sonriendo de lado—. Ahora “señor”, hablemos de unos asuntos pendientes.

Jörg retrocedió.



—Un día fuiste al hospital, ¿no es así? —no hubo respuesta—¡¡¿no es así?!! —repitió entre dientes ocasionando que las luces del demacrado departamento parpadearan.

—S…si, ¡sí!

—No quiero que vuelvas ahí —advirtió. En su rostro había tanta seriedad que Jörg realmente no creía que aquel joven que tenía enfrente era su tierno hijito.

Su dulce… dulce Billy.

—¿Por qué? —se atrevió a cuestionar— Soy tu padre y tengo todo el derecho de ir a verte.

Aquel ser con aspecto de Bill soltó una sonora carcajada

—¿Padre? ¡Cómo te atreves a llamarte de esa manera! Tú no eres mi padre, no eres nadie —y dejando todo eso en claro, continuó—: y por esa razón, no quiero que vuelvas a pisar mi habitación. No me agradan los extraños.

Jörg negó ante aquellas palabras.

—Pero, Billy…



—¡No me digas así! —amenazó poniendo de nuevo aquella faceta aterradora logrando enmudecer de nueva cuenta al hombre.

—Ok, ok… tranquilo —le pidió haciendo ademanes con sus manos—. No volveré a llamarte de esa manera —le prometió retrocediendo dos pasos más.

—No puede ser, ¿me temes? —soltó anonado ante aquel descubrimiento.

Rió.

Cualquiera que hubiera escuchado aquella risa hubiera muerto en el acto. Esa no era una risa de humano, era algo monstruoso, parecía de un ser demoníaco. Sí. Eso era Bill en esos momentos, un vil Demonio.

Fue ahí donde Jörg palideció. Sus piernas le temblaron al grado de caer al piso a no ser porque se logró sostener de la orilla de un viejo escritorio que tenía a su costado.

Estaba aterrado y Bill le sacaría provecho.

—Eres patético Jörg —le escupió con burla.

—¡¿Qué más quieres de mí?! —le preguntó por fin—. Ya te prometí que no me volvería a acercar al hospital, ¡no te veré, lo juro! —aseguró al borde del infarto al ver que el semblante de Bill volvía a cambiar.

—Pagarás.

Respondió con esa maldita voz aterradora. Jörg, confundido, se aferró más al escritorio, presionando sus dedos con fuerza en la madera llegándose a oír el crujir de ésta.

—¡Pagarás por hacer nuestra vida miserable! —Jörg lloró—. Pagarás por decepcionarnos, pagarás por abandonarnos pero sobre todo, ¡pagarás por hacer la vida de Tom una mierda!

Ahí estaba el detonante. El motivo por el cual hacía todo eso: su gemelo.

—¿T…Tom? —tartamudeó sin entender sus palabras haciendo enfurecer mucho más al hombre que solía ser su hijo.

—Tú siempre le dijiste que si te llegaba a pasar algo, él sería el hombre de la casa. Lo educaste siempre de esa manera: tú y mamá… ustedes, nunca lo dejaron ser un niño. Siempre metiéndole ideales de un hombre cuando lo único que él quería era tener una infancia ¡como todo un maldito niño normal! Pero… hasta ahorita llegué a comprender que no lo estabas educando, ¡lo estabas preparando! Estabas dispuesto a irte dejándole todo el peso de una familia a mi hermano, ¡un niño! Dejándole de encargo a una madre egoísta y un hermano moribundo. ¿Tú crees que eso hace un buen padre? ¡Eh! ¿Tú crees?



El miedo de Jörg se fue por unos instantes, las piernas ya no le temblaron más y se pudo sostener por su cuenta. Ahora, la conversación se tornaba interesante.

—Te pude ver a fuera con él, tratando de hablarle. ¡Cómo te atreves a intentar hacerlo! Después de tantos años, ¿planeabas regresar a su vida como si nada? —negó incrédulo—. Las cosas no son así de fáciles, Jörg —soltó pronunciando su nombre con asco.

—¿Tom? Ya veo, con que todo esto se trata de él, ¿eh? —susurró procesando, por fin, todo lo que Bill estaba diciendo.

Por primera vez, lo miró sin ninguna pizca de terror en su rostro. Eso desconcertó a Bill haciendo que apretará sus dientes. No lo iba a dejar tomar ventaja, ¡no lo dejaría!

—Yo no tuve la culpa… —afirmó en un estado ausente—. Él único culpable aquí, ¡eres tú! —le escupió con una vil sonrisa.

Con esa fácil respuesta, mandó todo a la mierda.

—¿Qué… que dices?

—Si tu nunca hubieras sido un maldito niño débil, nunca hubiera sobreexplotado a tu hermano. Nunca le hubiera exigido tanto ni le hubiera quitado su “bendita” infancia. Pero no, ¡tenías que ser tan frágil como toda una vil niña! —gritaba comenzando a tomar la delantera—. Tenía que tener al menos uno fuerte, ¡y ese era Tom!

—¿Mi culpa, dices? —susurró perplejo mirándose las palmas de las manos que poco a poco, fueron tomando forma de puño.

—Pero, vaya. Me has sorprendido Billy la verdad que sí: los años difíciles sí que te hicieron un favor, te hicieron un puto hombre. —Rió de la forma más ruin—. Ahora, quiero que te largues de mi casa; el efecto de las luces fue un buen toque para tu pequeño teatro, pero es tiempo de que te vayas de mi vista. No quiero verte y le puedes decir a tu madre que se vaya a la mierda: eso de pedirle a su hijo menor que, se supone “está en coma”, venga a verme para decirme que ya no me acerque a ustedes, es algo cobarde.

Silencio.

—¿No me escuchaste? ¡Lárgate antes de que te saque a patadas muchacho idiota! Y no le olvides decir a Tom que le mando saludos…

Sucia risa.

No. No iba a dejar esto así, no después de todo lo que había pasado, ¡él no iba a perder ante su padre!

—Te mataré.



Aquello había sido tan débil que ese par de palabras fácilmente, se las había llevado el viento.

—¿Eh? —exclamó con burla.

—¡¡Te mataré!!

Gritó. Esta vez, aquellas palabras se quedaron plasmadas en toda la habitación.

Jörg bufó.

—Qué niño tan más irrespetuoso —siseó.

Los focos de la habitación tronaron de uno en uno hasta quedar completamente a oscuras. Aun así, Jörg no bajó su guardia. Corrió sin dificultad hacia uno de sus cajones sacando una pequeña pistola color plata y aunque estaba a oscuras, apuntó hacia donde había estado Billy hace unos minutos y soltó dos disparos.

—Bah. Cobarde —exclamó al confirmar que no había absolutamente nadie en la habitación.

—No te confundas.

—¡¿Ah?!

—¡¡Yo no soy cómo tu!! —gruñó al estar cara a cara.

Aquello, sorprendió a Jörg.

—No pensé llegar a esto… —confesó acercando el arma al estómago de su hijo—. Pero fuiste un insolente con tu padre y mereces ser castigado.

Disparo.

—¿Pero qué…?

—Un ser insignificante como tú nunca podría hacerme daño.

La mano que sostenía la pistola tembló.

—¿Qué eres?

—Te mataré —repitió ocasionando que su padre saliera como alma que lleva el diablo del departamento.

Un viejo edificio, nada seguro.

Las lámparas del pasillo comenzaron a reventar debajo del pobre señor que corría buscando una salida. Estaba en lo cierto: aquel ser que se le presentó con forma de Bill no era humano. Llegando a la puerta del ascensor se giró hacia la que daba con las escaleras. El maldito elevador nunca había llegado.

—Jörg, fuiste un insolente con tus hijos.

—No… no por favor —le suplicó ahogándose entre sus propios sollozos. No había alcanzado a bajar ningún escalón.


—Y mereces ser castigado.



Su cuerpo había caído por las escaleras del edificio deteniéndose en el cuarto. Los huesos de sus hombros y piernas se habían salido de su lugar y varios dientes ya no existían más. Pero un enorme charco debajo de su cráneo pudo afirmarle que había muerto gracias al golpe final.

—Todo acabo.

Expresó sintiendo como su aliento regresaba a él pero, su calma no le había durado. Se volvió a poner en guardia al ver como Jörg aparecía a un lado de su cuerpo.

Sus ojos se entrecerraron y volvió a relajar su cuerpo. Sí, todo había terminado ya.

—No, ¡no puedo estar muerto! ¡No! —gritó con dolor al verse en el piso con casi todo el cuerpo destrozado.

Las luces de las escaleras comenzaron a parpadear hasta que por fin se fue la luz. Eso había sido extraño, Bill no estaba haciendo eso y estaba seguro que Sam no andaba merodeando este lugar. Él ni siquiera sabía dónde se encontraba Jörg, ¿entonces quién era…?

—¿Sombras? —preguntó perplejo al poderlas distinguir aun con la oscuridad presente.

No eran sombras, eran seres del infierno quienes estaban ahí para arrastrar el alma de su padre al más allá.

Se alejó. Estaba perplejo, sin habla, asustado al presenciar aquella escena. Jörg suplicaba por su alama, pero era inútil. Todas aquellas sombras luchaban por llevarse un pedazo de él al más allá y así fue: lo despedazaron.

¡¿Aquello era posible?! ¿Despedazar algo que no se podía lastimar?

—Padre —pronunció su nombre atónito, llamando la atención de aquellos seres que continuaban con la labor de desaparecer a la persona recién fallecida.

—Bill Kaulitz.

Uno de esos seres pronunció su nombre. Bill pudo ver a la perfección como lo señalaba y aunque aquella cosa no tenía ojos, pudo ver un brillo en dónde se supone debían estarlos… acaso… ¿acaso lo saboreaba?

—Tú sigues.

—¡¡No!!

Y de pronto, todo se volvió negro.


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Lo terminé por fiiiiiiiiiiiiiin ;_; kjfskdhfskjdhfkjdsgf espero y les guste. Es el capítulo más largo que he hecho en toda mi vida ._. & tendrá segunda parte para no hacer la lectura tan pesada :B espero y les guste:( jdfshdkjf las quiero lectoras!

PD. El link de la nueva histora (del fandom de InuYasha) la dejaré en la página de FB! :D excelente inicio de semana! 

1 comentario:

  1. Esta muy interesantee!!
    Pobre Jorg igual no merecia morir asii..
    Esta hermosa la fic.. Siguelaa ..
    Cuidate bye .. :D me encantaaa

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