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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

17 feb 2013

Capítulo cincuenta y cuatro



Se puso de pie. Kimy la había despertado y eso, sólo significaba una cosa…

Arrastraba sus pies debido al sueño que aun traía encima, pero no le molestaba en lo más mínimo, valía la pena. Se aferró de los barrotes del pequeño hueco de su puerta y al confirmar que ahí se encontraba, recargado a un costado, sonrió. Qué bien se sentía volverlo a ver.

—No tengo mucho tiempo —susurraba—. Baecker ha estado encima de mí toda la noche, muy apenas logré escaparme —recargó su frente en los barrotes al escucharlo.

Baecker, maldito seas.

—Te extrañé —ante aquella confesión, se estremeció. Pudo sentir sus mejillas sonrojarse y sonrió, aunque Tom no fue capaz de ver aquel gesto ya que ya no se encontraba frente a ella, además, Kim escondía su rostro gracias a la oscuridad de su habitación.

—Yo también te extrañé… —soltó haciendo que Tom cerrara sus ojos. Su voz, oh, tenía tantas ganas de volver a escuchar su voz.

—Escucha —habló de pronto captando toda su atención—. Las cosas por aquí están un poco extrañas y creo que se me hará casi imposible venir a pasar un rato contigo… cómo antes —los dos pasaron saliva con dificultad y Kimberly sintió como se le formaba un nudo en la garganta.

Pero lo comprendía y tenía razón: ella mejor que nadie sabía cómo estaban las cosas y sobre todo, estaba consciente de la nueva y extraña actitud del Director. Era mejor tomar precauciones porque si los llegaban a descubrir… —sus ojos se cerraron—. Dios, ni siquiera se imaginaba lo que podían hacerles.

—No importa… —aseguró—, al menos sé que esta vez estarás aquí —dijo casi entre dientes y Tom no pudo evitar sentirse mal. La había dejado sola y por una… una estupidez.

—Lo siento, perdóname. Te juro que no volveré a irme, te lo juro.

—N-no, no te estoy reclamando, ¡no pienses así! —le pidió apretando más los barrotes—. Comprendo porque te ausentaste, en serio, lo hago —Tom apretaba sus dientes—. Pero no puedo evitar sentirme feliz al tenerte de vuelta y ahora que sé que estarás aquí… me sentiré segura, de nuevo.

—Kimberly —susurró encantado—. No sabes cuantas ganas tengo de besarte —confesó apretando sus puños. Molesto, le brindó una mirada furtiva a la cámara de seguridad que apuntaba hacia él: esta vez, Georg no estaba encargado de la sala de vigilancia.

Baecker había hecho unos últimos movimientos en el personal. Demonios, ¿es que acaso ese hombre no dormía?

«Y yo de abrazarte», pensó cerrando sus párpados con pesadez.

—Debo irme, ya duré mucho aquí… el guardia sospechará —Kim asintió aunque sabía que no podía verle—. Kimberly —la volvió a llamar—, no importa si se siguen complicando las cosas por aquí: nadie ni nada me impedirá que esté contigo… en especial este 24.

La chica se separó con cuidado de la puerta, mirando a la nada sin comprender. ¿Qué tenía de especial aquel día para Tom? Quiso preguntar el por qué pero no lo hizo ya que sentía que su guardia tenía algo más que decirle, ¿cómo? No lo sabía, era como un… presentimiento. Uno completamente cierto: su guardia mordía su labio inferior, parecía como si quisiera evitar la salida de dos palabras muy peligrosas. ¿Se lo diría? ¿Acaso era el momento? Un “te amo” en ese lugar, ¿era lo indicado?

Suspiró rendido y sus labios le brindaron una sonrisa vacía.

—Por cierto… me cambié mi peinado.

—¿Qué? —soltó estupefacta oyendo sus pasos distantes.

A lo lejos, se escuchó la alarma dando por aviso que Tom había salido por fin. Ella también sonrió con un toque de ausencia en su gesto.

—Muero por verlo —dijo sin más. Ese comentario tan tonto le había alegrado, de alguna manera, lo que le quedaba de la noche.

—¿No se quedará? —la vocecita de Kimy la había vuelto a la realidad. Ella simplemente negó sin ninguna pisca de enfado.

La pequeña infló sus mejillas.

—Al parecer, no lo veremos por otro par de días, supongo —las dos hicieron una mueca.

—¿Es por ese Señor? —suspiró—. Me da miedo —confesó abrazándose a sí misma.

Kimberly, mirándole con ternura y a la vez con pena, se acercó hasta ella y le acarició su cabeza, para después, abrazarle cómo se debía. Recordó a Jeny y el estado en el que se había puesto al ver al Director Baecker: parecía como si hubiese entrado en un tipo de transe que le mostraba una terrible pesadilla o un horrible suceso de su pasado. Parecía como si su amiga había visto al mismísimo diablo.

Nuevamente, se cuestionó si le conocía y si era así, por qué.

—No eres la única —le confesó, aunque no sólo se refería a Jeny.

Últimamente, a ella también le aterraba.



Las puertas de su oficina se abrieron de golpe haciendo que dejara el papeleo a un lado para prestar toda su atención a su querido subordinado, David Jost.

Baecker se puso de pie y llevó sus manos detrás de su espalda. Sin perder su tranquilo semblante, le dijo:

—Para entrar, primero se debe tocar —David gruñó por lo bajo.

—A la mierda los modales. ¡Regrésame a Kimberly! —exigió golpeando fuertemente el escritorio con su puño derecho, alborotando algunas plumas que se encontraban regadas por ahí.

Baecker negó, burlándose.

—Ella nunca fue tuya, sino mía. Sus padres me la dejaron a , ¿entiendes eso? Prácticamente, soy su tutor. —Sonrió triunfante volviendo a tomar asiento. Acomodó los papeles que yacían en frente, los golpeó un poco para alinearlos a la perfección y comenzó a leerlos ignorando por completo que el Dr. Jost seguía ahí.

David sintió la necesidad de abalanzarse contra él y golpearlo hasta romperle su estúpido rostro. Estaba furioso, con él, consigo mismo, con todos. Odiaba admitir que tenía razón: él no era quién para decidir sobre Kimberly, él no era su tutor, sus padres no se la confiaron (oh, cómo maldecía ese momento), él no era nadie.

—Kimberly ya está en los rangos normales, ya no hay necesidad de que la vigiles. Ella está bien, puede regresar a mi cuidado.

—Ella nunca estará bien —le recordó firmando un papel.

David apretó sus labios.

—Lo está —aseguró entre dientes—. ¡Ella lo está!

De nuevo tenían aquella discusión. Era el pan de todos los días, David no se cansaba de ello: él le repetiría una y otra vez que el estado de Kimberly se había estabilizado y Baecker se lo negaría una y otra y otra vez. Parecían unos niños, no, David parecía un niño, Baecker seguía con su perfil de profesional.

Eso le daba más coraje.

—David, no sigas —le pidió bajando la hoja que leía—. Si continúas con esto, no me dejaras otra opción: tendré que despedirte.

—¿Qué? —aquello le heló.

—No te estás comportando como un profesional —explicó con sencillez—. Pareces un idiota ignorante, un niño haciendo innecesarios berrinches y eso, mi estimado, es algo que no toleraré en mi hospital. —Terminó poniéndose de pie, apoyando fuertemente sus manos contra el escritorio—. Así que: o te comportas, o te largas.

—No entiendes, ¿verdad? —cuestionó entrecerrando sus ojos—. ¡Ella me necesita!

—No, ¡tú la necesitas! —le escupió—. Oh vamos David, ¿realmente te dañó el que tu esposa no pudiera tener hijos, el no poder tener una familia propia, el no tener una hija? —la mirada de David se ensombreció. No podía creer que se haya atrevido tocar aquel tema—. Kimberly no es tu hija —le explicó cómo si fuese algo complicado de entender—, es una paciente y debes aprender a verla cómo tal o eso te costará el trabajo.

»Te aguante muchas ya, ¡es más! Te aguante años —recordó para sí—. Pero he llegado a mi límite: sígueme jodiendo con este tema, ¡sígueme hablando como si fueses el padre de la paciente #1014! Y te largas y juro ante el Todo Poderoso que soy capaz de arruinar tu reputación para que no vuelvas a trabajar en ningún lado, nunca más —finalizó satisfecho—. Recuerda tu código ético, recuerda tu profesión: nada de sentimentalismo, nada de compromisos.

El aire no regresaba a su cuerpo, más extraño aún, parecía que David en esos momentos no necesitaba respirar: escuchar las palabras de su superior le habían dejado sin aliento; no sabía cómo contraatacar, estaba atrapado. Sabía que Baecker cumpliría su amenaza, además, tenía fundamentos que le apoyaban. David se estaba alejando de su código, se estaba involucrando con una paciente y eso era algo que su profesión le prohibía estrictamente. Sus puños se apretaron, se sintió un inútil.

—Cuando te calmes, tengas la cabeza fría y regreses a lo que es ser un verdadero profesionista, te dejaré acercarte a ella —le aseguró sin una pizca de burla en su voz—. Después de todo, ella se encariñó contigo y eso sí es algo que no lo puedo prohibir, además, nos conviene a todos que se mantenga tranquila y (aunque odie admitirlo) tu eres el único que puedes controlarla —suspiró exhausto.

David sintió su boca seca.

—Sólo… sólo mantenme informado de todo. —Su superior asintió.

—Recuerda: cuando regreses a impartir tu profesión como se debe —repitió antes de que saliera de su oficina.

David lo miró por el rabillo del ojo, segundos después, se fue.

—Idiota —soltó con cólera sentándose de mala gana, refunfuñando por lo bajo.

Abrió el cajón de su escritorio, sacó la carpeta color crema dispuesto a inspeccionar una vez más el expediente de la paciente. Suspiró. No había nada nuevo, todo lo de ella se lo sabía al derecho y al revés, no había mensajes ocultos ni nada que dijera que se le había pasado por alto: Kimberly era un caso perdido, cómo todos los locos que yacían en ese piso abandonado por Dios. Eso lo sabía muy bien, su experiencia se lo advertía. Entonces, ¿por qué mostraba cambios, por qué mejoró, por qué ya no es cómo antes? Ella no pudo cambiar. No. No podía hacerlo ya que eso estropearía toda su investigación; no tenía pensado tirar a la basura todos los años de empeño puestos en ella, ¡ni loco haría algo como eso!

Kimberly debía tener algo escondido bajo la manga: era una loca, pero no era estúpida. No. No lo era, no lo era. Estaba jugando con todos los del hospital, cómo lo hizo años atrás cuando dañó a ese guardia, sí, estaba seguro que se repetiría aquella historia con ese chico nuevo, bueno, ya no lo era tanto, pero… era casi el mismo patrón: guardia, lazo de confianza, conversaciones, sí… iba hacia dónde mismo con la diferencia de que “el nuevo” estaba enamorado de ella. ¿Y si eso le estaba entorpeciendo su investigación? ¿Y si todo el cambio de la paciente se debía a él? ¿Y si… la paciente también le quería?

No. Eso no tenía nada que ver, era algo trivial. Los sentimientos aquí no existían y mucho menos, en alguien como Kimberly, entonces…

—¡¡Qué demonios está sucediendo!! —gritó colérico y de pronto, hubo una lluvia de papeles de todo tipo a su alrededor.

Estaba agitado y sudaba frío. Pasaba saliva con continuidad sintiendo cómo volvía a calmarse. Gruñó por última vez llevando sus manos al escritorio: si no lo hacía, estaba seguro que caería al piso.

David era un motivo por quién Kimberly trataba de controlarse, lo alejaría.

Ese guardia rubio, sabía que hablaba con ella, lo alejaría.

Sus dibujos, eran una manera de controlar su estado. Se los quitaría.

El nuevo guardia, ese idiota llamado Tom, el que mantenía sentimientos prohibidos por ella, el que la hacía ver como una persona normal, el que la hacía sentir amada. Ese idiota, ese maldito. Lo alejaría de ella, ¡lo alejaría para siempre!

La alejaría de todos si era necesario pero nadie, ¡nadie! Arruinaría a su conejillo de indias. Kimberly regresaría a ser la de antes ya sea por su voluntad o en ambiente controlado. Después de todo:

—El que haya tocado fondo, será incapaz de volver.

Kimberly lo había hecho hace años, ella era un caso perdido, lo era y nadie podía decir lo contrario.



Las esperanzas se esfumaron al ver en su expresión que no había tenido éxito en su búsqueda. Kimberly, angustiada, volvió su vista al suelo.

—No pudo haber ido lejos, ¿verdad? —preguntó ansiosa. Bill se encogió de hombros sin saber qué responder.

—La busqué por todo el lugar, de arriba abajo. No vi señales de ella —Bill sabía muy bien lo que le preocupaba: en ese estado, cualquier alma en pena podía lastimar sin pensarlo a un ser viviente. Y bueno, la verdad, siendo alguien así… no había mucho en qué pensar.

—No entiendo, ¿por qué se fue? —los labios de Kimberly se apretaron.

—Yo tampoco lo entiendo —dijo sin más—. Manteníamos una conversación y cuando el Director llegó fue cuando empeoró.

Bill entreabrió sus labios tratando de reprimir su sorpresa. Así que Baecker tenía algo que ver, dios, eso sólo significaba una cosa. Oh, pobre de Jeny, ¡ella no se merecía algo como eso!

—¿Bill? —le llamó extrañada.

Los ojos del chico yacían ocultos gracias su cabello negro. Su cuerpo se había tensado y Kimberly pudo distinguir que su mandíbula se había endurecido; al parecer, él sabía algo…

—Maldito —murmuró—. Maldito sea…

—¿Bill? —le volvió a llamar, esta vez, estando frente a frente.

Sam le había contado la historia, le había advertido quién era Baecker en realidad y aunque en ese tiempo le había creído llegó a un momento en que todo eso se había convertido en habladurías sin sentido. No podía creer que un hombre fuera capaz de cometer ese tipo de atrocidades. Oh, Jeny… ¿qué te hicieron? ¡Qué te hicieron!

—Kimberly —la llamó con un hilo de voz—, sé muy bien porqué Jeny se fue y sé… —calló—. Sé cómo murió.

Los ojos de la paciente se abrieron un poco ante aquella confesión: la había tomado desprevenida.


Nota final: Aquí es cuando una llega al punto de preguntarse: ¿la loca es Kimberly o Baecker? .-. ¿o la autora? kdjgfdjjadsh ok no xd pues lo de mí ya sabían que estoy loca :3 hahaha espero y disfruten de este capítulo *-* 

1 comentario:

  1. El locoo es Beaacker!! Como detesto a ee hombree..
    Aww yo quiero q Tom y Kim esten juntos *.*
    sin q nadie los moleste..
    Me pregunto si mas adelante saldran los padres de Kim no se ir a visitarla o ya del todo se olvidarin de ella?

    Siguela pronntoo.. Amo tu fic..
    Bye cuidate :D

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