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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

2 feb 2013

Capítulo cincuenta y uno.



Kimberly pegó el último dibujo de Kimy sobre su pared que parecía estar desnuda: había quitado la mayoría de sus dibujos, rompiéndolos y le pidió al Dr. Jost que los sacara lo más pronto de su habitación. Ahora, se podía apreciar mejor el color que tenía: blanca. Aunque era de suponerse, todas las habitaciones eran de ese color. Más bien, todo el maldito hospital era así.

Empezaba desde abajo.

Quería avanzar, ¿no? Que mejor manera de hacerlo que sacando todo lo que le traía malos recuerdos: si no quería mirar hacia atrás, había que deshacerse de todo lo malo. Es lo que Jeny y Bill le habían dicho y la verdad, es que estaban en lo cierto. Y la mejor manera de comprobarlo era por la forma en que se sentía: libre.

No en su totalidad, pero ya era algo. Por fin, después de tantos años, podía sentir que respiraba sin restricción alguna.

—Kim… volvió.

Miró de reojo ante la advertencia de la niña y se puso en alerta aunque siguió acomodando la hoja de papel sobre su pared para fingir indiferencia. El Dr. Baecker ha ido a verla más de lo normal y casi nunca dice nada, solo se queda ahí, observándola y tomando notas. Tal vez, él no se creía el cuento de que poco a poco se iba a recuperando; a lo mejor, estaba seguro que era un engaño y en cualquier momento se pondría inestable dañando y golpeando todo lo que estuviera en su paso. Como lo hacía a los dieciséis años y como lo siguió haciendo… hasta que cruzó el límite.

Negó levemente. No había razones para sentir remordimiento alguno. Ella no había hecho nada malo, o más bien, no recordaba haberlo hecho.

Al terminar con el dibujo, se giró por fin con el Director y le encaró con su mirada pero mantenía una sonrisa en su rostro, mostrándole tranquilidad.

—¿Me hará algún examen? —cuestionó fingiendo curiosidad.

—No.

—¿Me dará un nuevo medicamento? —Baecker guardó silencio y después, la miró.

—No.

Kimberly asintió comprendiendo que estaba bien de salud. Pero, hizo una pregunta más:

—Entonces, ¿qué es lo que hace aquí?

Pudo distinguir un brillo en sus lentes gracias al reflejo de luz que había en el pasillo y pudo jurar haber visto una sonrisa en su rostro. Era extraña, grotesca, distorsionada y pequeña que tal vez pudo haberlo imaginado.

Pero aun así, retrocedió y agradeció que estuviera una puerta entre ellos dos. Kimy, se aferró ligeramente de su pants gris, ella también le temía. Últimamente, a ninguna de las dos le ha dado buena espina.

Aquellas visitas no las sentía como tal, las sentía como acoso. Y aunque sabía que era algo que debía comentarle al Dr. Jost pensó que tal vez era algo normal.

—Veo que mi paciente favorita se encuentre bien —respondió acercando su rostro a los barrotes de la puerta—. Y veo que está perfecta.

«Solo un poco más…»

El ceño de la paciente se frunció. Asqueada ante esas palabras se dirigió hacia su escritorio y comenzó a garabatear en una hoja, tratando de ignorarlo.

—Gracias. —Murmuró pensando que así se marcharía.

Inconsciente, soltó un apagado suspiro. En esos momentos, deseó que Tom estuviera a su lado, pero sabía que era un poco imposible: él todavía no se sentía bien.

Bill le había contado lo que pasó: Tom se enteró de la muerte de su padre y todo estaba fuera de control. Bill volvía a llorar y aunque no vio a Tom, pudo imaginarse cómo se encontraba. Sus dientes se apretaron ante la impotencia que le invadió: deseaba tanto el poder estar a su lado en esos momentos, quería darle su apoyo, quería abrazarlo… quería consolarlo (aunque no supiera cómo hacerlo). Pero no podía y todo… ¡por estar encerrada!

Baecker entrecerró sus ojos. Maldición, en esos momentos era cuando deseaba el poder leer la mente. ¿En qué estaba pensando Kimberly? Podía imaginar que se trataba de una discusión mental. Tal vez discutía con sus demonios interiores. Sí, debía ser eso, sí… interesante, ¡interesante!

De nueva cuenta, siguió tomando notas.

Kimy estaba sentada en el piso con la mirada perdida en el piso. Ella también se sentía triste por el dolor de Tom. Miró a Kim con sumisa atención y lo único que pudo hacer fue apoyar su cabecita en sus piernas. Al menos, se darían apoyo entre ellas.

Los hombros de Kimberly se encogieron y un poco cansada, se recostó sobre el escritorio escondiendo su rostro entre sus brazos. Pudo distinguir que el Director seguía en ese mismo lugar tomando notas. Maldición, gruñó por lo bajo y cerró los ojos. Tarde o temprano se debía de ir.

«Tom… perdóname por no estar a tu lado, Tom… —sus parpados se cerraron—, pronto estaré contigo, lo prometo».

La dejó sola.

Sola y desprotegida.

Aquello resonó en la cabeza de Sam sin saber si tomarlo como ventaja o simplemente sentir lástima ya que sabía que Kimberly era la siguiente víctima de la familia Baecker. Lo sabía desde hace tiempo, sabía que después de Jeny, seguiría ella… lo sabía y aun así, no dijo nada. Apartó la vista de ella y caminó sin rumbo por el pasillo, alejándose de aquel hombre que le causaba repugnancia (no podía creer que aguantó estar a su lado).

Sin darse cuenta, ya se encontraba afuera, viendo como los copos de nieve tocaban su ser pero no podía sentir el frío del clima ni la sensación del frío en su cuerpo ya que, claro, él no tenía alguno. Hizo una mueca y miró al cielo, ese clima solo significaba una cosa: se acercaba el cumpleaños número dieciocho de Kimberly.

Una sonrisa vacía le invadió.

—Tendrás un regalo, el mejor regalo de todos.



Tenía su máquina contestadora llena: eran mensajes de Andreas y sorprendentemente, de Iris también y solo tres de Gordon. Como siempre, de Simone no había noticias.

Era de esperarse, algo dentro de él le decía que su madre se sentía igual de confundida y devastada. Después de todo, había llegado amar a ese hombre, fue su primer novio, su primer esposo, su primer amor. Suspiró. Tal vez debía ir con ella: se suponía que era en esos momentos cuando la familia debía estar unida pero desechó esa idea inmediatamente al saber que solo empeoraría las cosas.

Tom le recordaba a Jörg. Siempre se lo había dicho, siempre se lo había señalado. Era por eso que le odiaba: si él la había lastimado, ¿qué se podía esperar de un hijo con el mismo carácter? Simone nunca superó aquella ruptura. Seguía teniendo la daga clavada en su corazón y aunque había encontrado a un buen hombre, éste no ha sido capaz de sacarlo.

Y luego, supuso que tenía que ir con Bill y nuevamente, volvió a negar. Su hermano se encontraba en un estado crítico y le aterraba el pensar que con una noticia así pudiera decaer llegando a… a morir. No, Bill no debía saberlo, no aún. Pobre, si supiera que fue su hermano el que ocasionó todo eso tal vez… tal vez no se preocuparía tanto por sus sentimientos.

No se lo merecía.

Solo le quedaba Kimberly pero… no podía mortificarla con cosas insignificantes. Ella ha estado feliz y él no quería hacerla sentir triste. No se lo perdonaría.

Entonces, estaba solo.

Sus cejas se fruncieron ante un ataque de ira contra él mismo. Se levantó de su sillón y sintiendo su sangre hervir borró todos los mensajes y desconectó el teléfono. Abrió las cortinas iluminando un poco el departamento, qué importaba si el cielo estaba gris y se encontrase nevando afuera, había luz y desesperado, abrió la ventana dejando entrar un frío infernal.

La helada brisa acarició su torso desnudo y Tom parecía disfrutarlo. En otras palabras, fue como si un balde de agua fría le cayera en la cabeza haciéndole despertar de una vez por todas. Pasó su lengua entre sus labios mojando un poco el piercing que adornaba su joven rostro y miró su reflejo ante el ventanal.

¿Qué estaba haciendo? No. ¿Qué estaba haciendo con su vida? Por dios, se desconocía. Todos esos meses lloriqueando por los rincones, sintiéndose inferior, sintiéndose débil. Ese no era él.

—¿Dónde estás, Tom? —preguntó ante el reflejo. Esa era la pregunta, adónde había ido el verdadero Tom: aquel que era valiente, seguro de sí mismo, feliz…

Él no merecía tanto dolor, no merecía nada de eso. Él no había hecho nada malo, él era inocente: no es su culpa ser hijo de Jörg, no es su culpa que Bill se encuentre en coma pero sí es su culpa ser infeliz. Él solo se encerró en aquella burbuja de agonía que debía de reventar ya o si no, terminaría perdido.

Y él no quería eso.

—Ya no.

Es tiempo de ser fuerte. Por él, por Bill, por Kimberly, era tiempo de cambiar y de actuar.

Es momento de traer al viejo Tom devuelta.

Es momento de volver a ser feliz. Porque tenía motivo para serlo, tenía motivos para volver a sonreír. Qué importaba si su madre no lo viera de esa manera, ¡qué más daba! Era su vida, no la de ella.

—Es tiempo de avanzar.

Su mandíbula se endureció al detenerse frente la puerta de lo que es/era la habitación de su hermano menor.

«No estoy haciendo nada malo. No te estoy faltando al respeto. Es solo… que no voy a seguir guardando luto por algo que no está sucediendo».

Y al decir esas palabras que eran más para él que para Bill, se marchó.

—Me alegra tenerte devuelta, Tom.

Su hermano mayor había regresado, todo parecía mejorar… parecía.

Nota: Ya se viene... ya saben, cuando hago mi maldad (6) HAHAHA espero y les guste el capítulo *-* 

1 comentario:

  1. Hay Arlee no me angusties..
    Ahoraa q vendraa?? Solo espero q ese director no se salga con la suyaa.. Sam tiene q protegerla..
    Ya este q le dara de regalo conociendolo podria ser algo bueno o malo..
    Tom espero q no te pase nada malo..

    No sabes como me emociono cuando veo q publicas y disfruto leerlo :D simplemente me encantaa.. Sube prontoo no tardes :P

    bye cuidate :-)

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