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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

26 mar 2013

Capítulo cincuenta y nueve.



La oficina de Baecker estaba sumergida en la oscuridad. Se podía distinguir solamente su silueta gracias a la opaca luz de la luna (la poca que pudo traspasar esas poderosas nubes grises que soltaban de su interior pequeños copos de nieve): estaba sentado en su silla de cuero negro, dándole la espalda a la puerta, manteniendo sus dedos entrelazados y mirando fijamente el pequeño reloj con decorado café que yacía sobre su cabeza, en la estantería.

Cambió de posición, recargó su brazo derecho sobre el de la silla y apoyó su mejilla sobre el dorso de la mano, cruzó sus piernas de la misma manera que los hombres con “clase” hacían, y sin darse cuenta, comenzó a masajearse la sien con movimientos en contra de las manecillas de reloj. En cualquier momento, alguien cruzaría la puerta de su oficina, interrumpiéndole abruptamente con el fin de dar el aviso de que un guardia… no, ese guardia había perdido el control.

Sólo unos minutos más…

—Así que nada inusual —habló Sam en medio de la oscuridad, recordando el informe de Bill, quien le dijo que todo estaba bajo control en el último piso.

—Pero parece que aquí… está el demonio mismo —Sam asintió—. No puede ser que ha estado todo el tiempo sin hablar.

—No tiene porque hacerlo —aclaró entrecerrando sus ojos—. Uno no dice lo que se encuentra en su mente retorcida en voz alta. Ni siquiera los locos lo hacen, mucho menos lo hará una persona… normal.

—Sí pero, él no es normal.

La pequeña alarma del reloj de decoración sonó cortando la conversación de aquellos seres que se supone debían ser inexistentes, ya era media noche.



No sabía en qué momento había sido levantada de la cama, cuando pudo reaccionar, su espalda se golpeaba contra la pared y sus brazos forcejeaban contra los de otra persona. El cuerpo de Kimberly tenía vida propia en esos momentos.

Sus ojos se abrieron ante el asombro de ver al guardia llamado Roy tratando de llegar a ella y sus pupilas se dilataron ante el miedo que sintió: la lastimaba pero de una manera extraña y aquello, se sentía más doloroso aún.

Roy maldecía por lo bajo, se estaba cansando de ganar más tiempo, los brazos de Kimberly se doblaban, perdían fuerza y era momento para aprovechar. Forcejeando una vez más logró quitarse esas delicadas manos de encima y de una vez por todas se le fue encima, como un animal ocasionando, que el cuerpo y alma de Kimberly, se terminaran de corromper.

La lengua intrusa de Roy no batalló en obtener el control y de alguna manera extraña, escucharla sollozar le hacía disfrutar aun más aquel beso. Sintió las manos de Kimberly sobre sus hombros, trataba de alejarlo, parecía que la fuerza había regresado a ella… no, había sido el impulso del momento ya que de nueva cuenta, sus brazos comenzaron a doblarse.

«Es tan débil, de seguro ni ha de saber lo que está… »

—¡Maldita! —gritó llevándose las manos a su boca, dándole el espacio que necesitaba no por gusto, sino por necesidad: Kimberly le había mordido a defensa propia.

Con desesperación comenzó a limpiarse el rastro de saliva que había dejado en su boca. Esto estaba mal, muy mal. Tom se iba a molestar con ella, oh dios, ¿con qué cara lo vería ahora? Se sentía asqueada consigo misma y con la persona que tenía en frente, quería vomitar, realmente tenía muchas ganas de hacer eso… realmente…

—Perdóname… perdóname… —todo su cuerpo temblaba y aquellas disculpas chocaron contra las palmas de sus manos. Éstas cubrían su boca para impedir que algo más que palabras salieran sin control.

Se había dejado caer de rodillas en el momento en que Roy la había soltado. Sus ojos se encontraban irritados y estaba muy segura que en cualquier momento se les saldría por las cuencas de tan abiertos que los tenía. Sudaba frío y el asco que tenía plasmado en su garganta se hacía cada vez más irritable.

Desorientada, comenzó a arrastrarse hacia el baño que, por ahora, era el único lugar seguro que pudo encontrar. Roy seguía quejándose: su sangre sangró un poco y le dolía demasiado. Esto lo iba a pagar, las cosas no se iban a quedar así…

—¡Nadie se burla de mí! —exclamó al borde de la histeria encontrándose con la indefensa mujer que trataba de huir. Exasperado, la tomó por sus castaños cabellos, alzándola un poco y de un fuerte empujón la regresó hacia donde se encontraban hace unos momentos: a un lado de la cama.

Kimberly lloró por fin cayendo en cuenta de lo que trataba de hacerle.

—Ese estúpido de Baecker, diciéndome que serías trabajo fácil, ¡ese cabrón! —gruñó poniéndose encima de ella, congelando todos sus movimientos. Sus muñecas fueron aprisionadas por esas grotescas manos y le fue imposible mover sus muslos gracias a que las piernas de Roy las aprisionaban por cada lado.

—¿B…Beacker? —soltó atónita, en susurro. Y de pronto, parecía que el tiempo se había congelado a su alrededor: las lágrimas se quedaron quietas y el cuerpo de Roy se inmovilizó

¿El director Baecker? ¿Por qué? ¿Por qué él le haría algo así? ¿Por qué la entregaría tan fácil a un demonio? ¿Qué había hecho ella para merecer ese tipo de castigo? ¿Qué?

—¡No! —su grito ahogado se apagó por sus sollozos. Los húmedos labios de Roy en su cuello la hicieron volver de una horrible manera a la realidad.

Sentía como le olía con placer su cabello y de una manera ágil, atajó sus dos brazos con su mano izquierda y con la que tenía libre comenzó a tocarla sobre la blusa. Las pupilas de Kimberly se dilataron al sentir la mano de ese hombre tocarla en lo que para ella era una parte íntima de su cuerpo: su seno derecho comenzaba a dolerle, la lastimaba de una manera cruel. Quería que la dejase: en ese momento deseaba tanto la muerte de ese guardia pero estaba tan atemorizada para gritárselo. No quería ver su cara, no quería saber nada. Sólo… sólo deseaba que alguien llegara y la rescatase… por favor.

—Tom… ¡Tom! —calló de golpe al recibir un golpe en su mejilla izquierda. Sus ojos se llenaron más de lágrimas y comenzó a llorar con más desesperación. ¿Qué pasaba si Tom la veía en esa posición? No quería, le daba vergüenza: lo decepcionaría, sí, estaba segura de ello. Otro hombre la tocaba, uno que no era Tom… ¿cómo reaccionaría? Dios… sólo deseaba que esa pesadilla terminase.

—¡Deja de decir su nombre! —exigió levantando su mano en forma de amenaza. Al saber que Kimberly no gritaría más volvió a lo suyo: esta vez, metió las manos debajo de la blusa gris, sintiendo su fría piel sobre sus ásperos dedos. Era suave, eso lo estaba volviendo loco.

—Déjame, ¡no me toques, déjame! —pedía moviéndose de un lado de otro, tratando de que sacara de una vez sus manos antes de que llegaran más arriba.

—Sé que te gusta —murmuró tan cerca de su rostro que volvió a tener esas enormes ganas de vomitar al sentir su aliento chocar contra sus labios.

—No… ¡no, no! ¡¡No!! —gritó tan fuerte al sentir un agudo dolor en sus senos. Roy los había apretado con tanta fuerza que lo que hacía ya no era por deseo, lo hacía sólo para verla sufrir. Quería verla quebrarse poco a poco.

—¡Disfrútalo, perra! —estaba extasiado de ella, quería más. Maldición, tenía que disfrutarla toda pero… ese maldito de Baecker. El trato se lo impedía.

—No… no… no… ¿Kimberly? —la agitada respiración de Roy se detuvo y su distorsionada sonrisa se esfumó completamente.

Aturdido, alzó su vista encontrándose con una pequeña niña que vestía un sencillo vestido color blanco. Las mejillas de la pequeña brillaban debido a todas las lágrimas que había dejado caer todo ese tiempo. La inocencia plasmada en su joven rostro era perfectamente perturbadora, algo no estaba bien con aquella niña… ella no era normal… ella…

—Ki… my… —tembloroso, miró nuevamente a la mujer que tenía en su poder. Podía asegurar que estaba a punto de perder el conocimiento y era ahí cuando debía aprovechar pero… ¡esa niña!

—Hombre malo —su voz no era la de una pequeña, ni la de una mujer—. Hombre malo, hombre malo, hombre malo —comenzaba a sentirse mal, sus oídos le ardían. ¿Qué estaba pasando?— ¡¡Hombre malo!!

La puerta se abrió.

Las llaves cayeron.

La niña se fue.

Kimberly despertó.

—Roy… maldito… ¡maldito hijo de puta!

Los ojos de Tom no plasmaban otra cosa que no fuera furia. Roy seguía atónito y sus movimientos eran torpes: nunca vio el puño de Tom venir. Cuando reaccionó, ya se encontraba en el piso siendo golpeado por su compañero.



Algo lo puso en alerta alarmando a Bill y segundos después, él hizo lo mismo que Sam: parecía como si un torbellino de energía estuviera a punto de explotar.

La puerta de la oficina se abrió dejando ver a dos guardias completamente nerviosos y agitados. El rostro de Baecker cambió totalmente y Sam, al notarlo, comprendió que ya había ocurrido lo peor.

—Bill… —lo llamó por lo bajo.

—¡Director Baecker! Hay un problema —su superior alzó una ceja—, en el último piso: ¡Kaulitz se salió de control!

Esa era la preciada señal.

—… hay que irnos, ¡ya! —ordenó entre dientes.



Los golpes venían uno tras otro impidiéndole reaccionar. Su nariz ya le sangraba y parecía que su labio estaba a punto de reventar, se le podía apreciar como sus párpados comenzaban a hincharse como debajo de sus ojos. Sus pómulos sangraban también y lo morado en sus mejillas era alarmante.

Lo iba a matar, sí, eso quería y eso haría.

Kimberly temblaba y lloraba en el otro extremo de la habitación: veía con temor como Tom masacraba a ese guardia y se llegaba a preguntar si ese hombre era el mismo que le había brindado sonrisas y la hacía sentir segura. En esos momentos, el Tom que conocía no estaba.

El cuerpo de Roy se estremecía demasiado ante los golpes en su rostro. Parecía que quería destrozárselo. Tom comenzaba a cansarse, su respiración lo delataba pero eso no lo detuvo: ese maldito enfermo merecía la muerte y no se iba a detener hasta confirmar que ya no respiraba.

¿Cómo se atrevió a tocarla? ¿Cómo se atrevió a burlarse? ¿Cómo se atrevió a destrozarla? Eso es lo más bajo que un hombre podía hacer con una mujer, eso era de enfermos, de ignorantes, de imbéciles… ¡maldito! Sentía que explotaría por toda la cólera contenida, aquellos golpes no eran suficientes, ¡debía sufrir más, maldita sea!

Al escuchar el grito de Kimberly en el pasillo lo que se le había cruzado por la mente que estaba sufriendo de una pesadilla así que corrió hacia la puerta para asegurarse que se encontraba bien pero… lo que vio… con lo que se encontró fue…

—¡Muere, muere, muere! —exigió apretando su cuello hasta sentir sus huesos tronar—. Muere… muere… —las uñas de Roy rasguñaban sus manos, pero ese dolor no se comparaba con lo que había sufrido Kimberly. No, no tenía ninguna comparación.

Sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas: ¿por qué no llegó antes, por qué no corrió rápido, por qué no estuvo con ella? ¿Por qué no la protegió como debía? Lo sentía demasiado, todo era su culpa. Kimberly sufrió por su descuido.

—T… Tom… no lo hagas, por favor… no lo mates. No lo mates… no lo mates…

Aturdido y con su boca seca volteó hacia donde yacía la paciente. ¿Qué no lo… mate?

Su expresión se distorsionó. A un lado de Kimberly yacía una pequeña niña, la misma que había visto meses atrás cuando Kim se encontraba en la oficina del Dr. Jost. Su vista comenzó a distorsionarse, podía jurar que ellas dos se parecían. Era como si esa pequeña fuese Kimberly de niña, pero eso era imposible, ¿verdad? Tenía que serlo… pero sus ojos lo traicionaban: de pronto esa imagen distorsionada se volvió una: Kimberly y esa niña sí eran las mismas…

—Perdóname… —la mirada de Tom yacía sin un brillo en especial, estaba muerta—. Tom… perdóname… —y al escucharla pedir perdón en ese estado sólo hizo que se sintiera la persona más miserable del mundo.

Sus piernas temblaban cuando se puso de pie: había soltado a Roy por las buenas y este trataba de recuperar el aliento mientras lloraba por su vida. Torpemente, avanzó hacia ella y se dejó caer para después abrazarla con todas sus fuerzas, Kim atónita por aquel gesto, correspondió el abrazo aferrándose fuertemente de su playera. Volvía a sentirse a salvo y podía sentir que volvía a respirar con tranquilidad.

—No fue tu culpa —pronunció tratando de no quebrar su voz y escondió su rostro en el cabello castaño de su pareja—. Nada de esto… fue tu culpa —Kimberly se estremeció al sentir el dorso del guardia acariciar su mejilla: sus caricias eran suaves y cuidadosas. Él nunca le haría daño, podía estar tranquila en sus brazos.

—Te sacaré de aquí —la seriedad en su voz hizo que se separara bruscamente de él—. Nos iremos, hoy mismo.

—Tom… —las manos de su guardia se convirtieron en puños. Seguía sintiéndose tan impotente ante aquel incidente que… esa era la mejor opción para todos: el sacar a Kimberly de esa institución.

—Ven conmigo, por favor.

Los ojos de Kimberly se abrieron de par en par.

—Tom.

—Juro que esto no volverá a pasarte pero por favor, ven…

—¡Tom! —aquello no sonaba nada bien.

Lentamente, giró un poco su cabeza y por el rabillo del ojo, pudo verlos: venían por él.

—¡¡Tom!!

Y ese grito, se perdió en la habitación.

Nota final: CHAN CHAN CHAN y esto NO es nada dfskmhdkjgsdkjgf soy mala :(, las quiero lectoras! 

1 comentario:

  1. O___O .. Ay Dioos esta buenizimaa la fic. Muy interesantee..
    Menoal q el desgraciado de Roy no le hizo nadaa.. Pero igual me dejas con intrigaa quienes vinieron? Solo espero q no despidana Tom usando este pretexto de fomentar desorden..

    Yoo si quiero q Tom saque a Kim de ahii.. Porfa q se vallan..

    Siguelaa prontoo.. Amo tu fic ..
    Bye cuidate :D

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