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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

3 mar 2013

Capítulo cincuenta y seis



—¿Cuántos años han pasado desde la última vez que saliste con alguien? —cuestionó al terminar de escuchar todo lo que su amigo tenía que contar—. Incluso, mucho antes del accidente de Bill, te cerraste en ese tema.

Tom hizo un gesto indiferente.

—No lo sé, ¿importa? —preguntó dándole un sorbo a su cerveza. Andreas sonrió y alzo sus hombros siguiendo a su compañero.

—Me alegra que te hayas encontrado a alguien Tom, eso es todo. Uh… —se quedó callado un momento llamando la atención de su amigo. Éste, alzó una ceja y lo miró por el rabillo del ojo, curioso, tratando de adivinar en qué tanto estaba pensando—. Y en todo este tiempo, ¿no los han descubierto? —rió—, ¡qué suerte, encima, ella es tu trabajo! —soltó satisfecho.

Tom sonrió a escondidas y volvió a dedicarse a su bebida. Eso era algo que le encantaba de Andreas: él no juzgaba, mientras sus amigos fueran felices, no tenía de qué preocuparse. Claro, sí eran casos extremos, sí metía sus narices y oh, sí que lo hacía. Pero, al parecer, la noticia de Kimberly la había tomado con absolutamente calma y la aceptó en seguida. Para Andreas, era un alivio descubrir que su amigo estaba dispuesto a volver poco a poco a su vida normal; no pudo evitar sentirse tranquilo: al menos, esa chica, Kimberly, mantendría su cabeza ocupado por un buen tiempo.

—Al parecer, iré con Iris con buenas noticias tuyas —soltó haciendo que Tom lo mirara por fin.

—¿Iris? —Andreas asintió.

—Ya te había dicho que ella también estaba preocupada: me dijo que hace ya mucho tiempo que no te veía en el hospital, no sabía absolutamente nada de ti y bueno, le extrañó no verte en esa sala… como era tu costumbre.

—Un momento… Iris… ella, ¿ha ido a visitar a mi hermano? —Andreas asintió una vez más.

—Va dos veces por semana —informó sin darle mucha importancia al tema—. No sé porque te sorprendes, después de todo… Bill y ella fueron, son… —suspiró.

—Sí, sí, entiendo eso —atajó salvando a Andreas de un tema de discusión—. Pero es sólo que… ——calló perdiendo su vista en su bebida.

Eran las tres de la tarde y el bar se encontraba absolutamente sólo.

Tom sintió un pequeño revoltijo en su estómago acompañado de la estúpida culpa. Recordó la discusión que había tenido con Iris hace ya tiempo atrás y no pudo evitar sentirse avergonzado: los dos se habían dicho cosas horribles pero después de todo, era su culpa, él había empezado y por tonterías.

En ese momento, con Andreas a su lado y con una bebida alcohólica en frente suyo, se dio cuenta de lo jodido que se encontraba. El estrés, la culpa, la ira, la confusión, todo eso se había fusionado en su interior haciéndole explotar de vez en cuando con personas que eran, digámosle así, inocentes. Actuó de forma indebida y dijo cosas que no debió de haber dicho: descubrió de mala manera, que él no era la única persona que se preocupaba realmente por Bill.

—Cambiemos de tema, si quieres —se entrometió su amigo terminando por fin su bebida—. Además, mi propósito aquí no es el hacerte sentir mal —explicó pidiendo una copa más.

Tom negó.

—No, sólo recordaba… cosas, ya sabes, cuando solíamos salir los cuatro juntos —Andreas asintió satisfecho con sus ojos cerrados—. Recuerdo que siempre molestaba a Iris ya que era la única mujer en el grupo —tomó un sorbo—, ahora comprendo porque siempre se nos pegaba —sonrió—, Bill es un loquillo.

—Deberíamos repetirlo —sugirió inconscientemente—. Aun no es tarde para eso, ¿sabes?

—Andreas… —los dos se voltearon a ver. El aludido observó que la mirada de su amigo era diferente: tal vez seguía vacía pero en esta ocasión, existía un extraño y pequeño brillo en su interior que lo hacían ver vivo y porque él quería estarlo, no porque era una “obligación”—. No sabes cuánto espero por eso…

El rubio sonrió de lado pensando para sí que la cifra de su círculo de amigos había aumentado a cinco, el muy distraído se le había pasado contar a Kimberly y en una oleada de curiosidad se preguntó cómo era ella en realidad…

«Todos somos locos, al fin y al cabo».



Una fuerte luz no le permitía mirar con claridad a su alrededor y después se dio cuenta de que en ese lugar no había luz alguna: eran las paredes blanquecinas las que producían aquel efecto tan doloroso para sus ojos.

Los cerró y abrió una y otra, y otra vez hasta que logró acostumbrarse. En un último acto, se talló los parpado y cuando terminó se percató que se encontraba completamente sola en ese extraño lugar. Frunció su ceño, ¿estaría acaso en otra habitación?

Giró sobre ella misma percatándose de que no existía puerta alguna que le indicase la salida de aquel lugar, no había ventanas y no había señales de algún Doctor, ¡ni siquiera se visualizaba al Director Baecker!

Sólo era ella y esa habitación color blanco. Parecía… la nada.

—¿Hola? —llamó con timidez. Nada, nadie, ni siquiera una ligera brisa…

Alzó su mano, tratando de sentir el aire correr pero no había aire alguno que sentir. Su mano se hizo puño y la puso a un costado, asustada, ¿dónde estaba? Extrañamente, aunque no había oxígeno en ese lugar, podía respirar a la perfección. Ese no era problema, por el momento.

—¿T…Tom? —lo llamó en un acto de desesperación.

Tampoco estaba. ¡Demonios, ¿había alguien ahí?!

Sus ojos se entreabrieron al sentir una brisa de aire alborotar su castaño cabello a sus espaldas. Se giró de golpe llevándose unos mechones hacia su rostro pero eso no le impidió mirar a la perfección como a unos metros de ella se encontraba una mujer que le daba la espalda: tenía su cabello largo y era de un color más oscuro que el de ella, tenía una falda de vestir de color violeta que le llegaba hasta las rodillas y el saco que portaba era del mismo color. Calzaba unos tacones negros que la hacían lucir un poco más alta, aunque se notaba que ya lo era sin necesidad de esos zapatos…

—¿Quién eres? — le preguntó caminando hacia ella, tratando de verle el rostro—. ¿Trabajas aquí? —no obtuvo respuesta—, ¿eres algo del Director Baecker? —nada.

Kimberly apretó los dientes.

—¡¡Contéstame!! —exigió extendiendo su brazo dispuesta a hacerla girar del hombro.

De pronto, la mujer se hizo más grande o ella se hizo más pequeña. Vio claramente como su brazo se encogía y la imagen de esa desconocida acercarse más y más. Asustada, se dejó caer de rodillas pero logró sostenerse a tiempo antes de dar contra el piso; temblorosa y confundida, alzó su mirada hacia la desconocida que no se indignaba a girarse.

¿De qué se trataba todo eso, por qué se sentía débil?

—Ayúdame —le suplicó perdiendo el equilibro y dando contra el piso se percató de lo chillona que era su voz. Parecía la de una niña pequeña, no, se parecía al a voz de Kimy.

Algo cálido invadió sus mejillas, dudosa, se llevó una mano hacia una de ellas dándose cuenta de que se encontraba llorando. ¿Por qué, en qué momento…? Su labio inferior tembló y Kimberly tuvo que morderlo antes de soltar múltiples sollozos: estaba asustada, aterrada, sí, pero no tenía ganas de llorar. Entonces, ¿por qué lo hacía?

Un hipido se le escapó logrando hacer que la mujer que tenía en frente se estremeciera. Kimberly abrazó sus piernas tratando de darse fuerza ella misma pero a la vez, no podía evitar pedir la llegada de Tom, tenía la esperanza de que llegara en cualquier momento y la sacaría de allí sin perder más tiempo.

—Tom… Tom… ven por mí, ven…

Se escuchó un quejido el cuál no era de Kimberly. Desorientada, alzó su vista percatándose de que el cuerpo de la extraña mujer comenzaba a temblar; parecía ser que ella también lloraba pero no podía estar segura ya que no podía ver su rostro. Decidida a ayudarle, se puso de pie y caminó nuevamente hacia ella pero se detuvo al notar que la mujer volteaba la cabeza, vería su rostro, al fin.

—Kim…berly —la llamó mirándola con pena y amor logrando que la pequeña se congelara en su lugar.

La extraña mujer lloraba pero lo hacía de una manera hermosa que ocasionó que el interior de la paciente se quebrara en mil y un pedazos: ella conocía esos ojos color miel, esos labios, esa nariz, esa extraña sonrisa que le ofrecía aun teniendo lágrimas plasmadas en sus suaves mejillas.

No. No podía ser. ¡Esto no podía ser verdad!

—Kimy, mi bebé…

Los brazos de aquella mujer se extendieron, estaba dispuesta a abrazarle pero la paciente se negó rotundamente y todavía en estado de shock retrocedía sin parar de negar. La mirada de horror ocasionó que aquellos brazos se cerrasen para llevarlos a su pecho, dándole entender que le dolía algo.

Le dolía verla así.

—No me huyas, Kimy, no lo hagas. Ven conmigo, por favor. Aquí estarás bien.

—Yo no soy Kimy —soltó de la nada. Su tono de voz había sido algo ronco que tuvo que carraspear después de eso—. Te equivocas de persona, ¡yo no soy ella!

Los pasos de la extraña mujer se detuvieron, pero las lágrimas seguían cayendo.

—¿De qué hablas? Eres mi pequeña, ¡eres mi hija!

Las pupilas de Kimberly se dilataron. Un espejo de cuerpo completo apareció entre las dos dejando en descubierto su reflejo: era Kimy… pero era Kim… era…

Era ella de niña y la que tenía detrás del espejo era su madre.

—¡¡No!!

Bum.

Fue lo que escuchó antes de que el espejo se quebrase en su totalidad. Temblando, alzó la mirada hacia la mujer percatándose de que su rostro ya no existía pero sus brazos, volvieron a extenderse.

—Mi niña…

Kimberly chilló, quería que esa cosa se alejara de ella, que no la tocara… ¡que se alejara!

—¡Déjame en paz!

Oscuridad, pero era una que ella conocía muy bien: estaba en su habitación.

Su rostro estaba cubierto de sudor y su respiración era agitada. Cuando pudo sentir que volvía completamente a la realidad se sentó sobre la cama mareándose un poco confirmando que, nuevamente, la habían sedado.

Suspiró, había olvidado aquella sensación que le producía ese estúpido medicamento.

—Kim, ¿estás bien? —su cuerpo se tensó al escucharle. Pero al re-confirmar que se encontraba a salvo, simplemente asintió y se llevó su mano hacia su estómago: todavía podía sentir el dolor debido a la tensión y horror en ese lugar.

—¿Cuánto tiempo estuve dormida? —preguntó sin despegar su mirada de las sábanas.

—Dos horas.

Silencio.

Bill se removió en su lugar. —¿Pasa algo? —preguntó dudando en acercarse o no.

¿Por qué tenía que recordarla? ¿Por qué ahora? Miró de reojo su pared, calculando más o menos que al otro lado yacía la pequeña habitación de su baño y que, en una esquina, yacía escondida una foto familiar, maltratada, borrosa, pero existente.

«Mamá —la llamó sintiendo sus parpados caer—, no vuelvas a venir… no vuelvas…»

—Me siento cansada, eso es todo —respondió por fin y le miró—. ¿Encontraste a Jeny?

Otro silencio.

—Ya veo —murmuró.

Su pecho subía y bajaba un poco más lento, había logrado calmarse… un poco. Pero su labio inferior seguía temblando.

Tomó un poco de su sábana con sus puños para tratar de quitarse de encima toda aquella presión que sentía en su pecho: había tenido una horrible pesadilla que debía olvidar. No iba a permitir que un descuido cómo ese, la derrumbara así de fácil. No.

Entonces, fue como si una pequeña película rodara hacia atrás en su cabeza: pasó su pesadilla cuadro por cuadro hasta llegar al momento de la discusión con su Director, el golpe que le propinó, el forcejeo con los guardias, el encuentro con la enfermera, la histeria que sufrió al ver como Sam se llevaba a Bill en su presencia…

—Sam —lo nombró con sus ojos bien abiertos. Por un momento, había olvidado todo lo que sucedió antes de que la sedaran. ¿Cómo se le pudo pasar aquello?

—¿Qué?

Le miró impaciente.

—¿Qué pasó con él? ¿Qué te hizo? ¿Te lastimó?... ¿qué te dijo?

La boca de Bill se entreabrió al comprender adonde quería llegar. Idiota. Ya había pensado que se le había olvidado: apretó fuertemente sus labios y miró hacia un punto sin importancia en el piso pero… su mirada se desvió hacia el cuadro donde había desaparecido con Sam hace más de dos horas recordándolo todo.

Fue increíble sentir su peso sobre su cuerpo cuando creía que un ser como él ni siquiera se percibía. Era algo inexistente, ¿por qué lo sintió como el cuerpo de una persona? Como sea, Sam tenía mucho más fuerza que él y le obligó a traspasar varios pisos hasta llegar al primero. En todo ese recorrido los dos forcejeaban: uno para liberarse y el otro para no dejarlo ir. Los dos estaban furiosos y lo único que querían era lastimarse y eso aumentó la ira: sabían que aquello era imposible.

La espalda de Bill dio contra el piso, no sorprendió que no le doliese el impacto. Ido, vio sobre el hombro de Sam (quién se encontraba arriba de él estrujándole y gritándole sin control) analizando que una persona no hubiera sobrevivido a aquella caída y si lo hacía, estuviera delirando del fuerte dolor hasta la hora de su muerte. Sonrió vacíamente, tal vez, esas eran las ventajas de su estado.


—¡Quién eres tú para hablarle de! —escuchó volviendo en sí. Giró su ojo hacia él recordando que tenía una pelea pendiente.

Su ceño se frunció.

—Ella tiene que saberlo, tiene que saberlo ¡ahora! —explicaba sin muchas ganas de forcejear. No debían y no tenían porqué hacerlo: Sam debía aprender a escuchar y él… él debía aprender a no perder el control.

El rubio negó.

—¡Pero no de ti! —gritó y Bill sintió que se le había desgarrado su garganta. Estaba desesperado, demasiado… parecía un niño caprichoso que por primera vez, quería hacer las cosas por su cuenta—. Tú eres un tercero, ¡esto es entre ella y yo!

—¡Pues díselo ya, maldita sea! —calló de golpe repitiéndose que debía guardar la calma—. Sam, sé que sabes lo que está pasando. Es más, tú debes saber mucho más cosas que yo acerca de esto: Kimberly está en la cuerda floja…

El aludido se levantó de Bill y con su vista perdida se dejó caer a un lado suyo, sentado, meditando tal vez en las palabras que su compañero le dijo. Sí, él sabía mucho más cosas que nadie más en ese hospital. Supo lo de Jeny desde antes de que Baecker actuara, sabía muy bien que seguía ella en su lista. Aun no comprendía cómo, pero lo sabía y de esa manera, sabía que después de esa chica, la que seguía, era Kimberly.

Por eso estaba haciendo esos extraños cambios en el hospital: moviendo personal, alargando, acortando horas, alejando a todos lo que han tenido demasiado contacto con ella. Quería aislarla para poder volver manejarla a su antojo, la quería vulnerable, la quería sola. Sam estuvo inspeccionando los movimientos de Baecker más de cerca y con cautela así cómo espiaba a Kimberly sin la necesidad de que ésta sintiera su presencia: podía aparentar que en ella todo mejoraba pero su mente volvía a decaer poco a poco. Baecker lo estaba logrando: la comenzó a sentir vacía y lo hizo en el primer golpe, así de fácil fue.

La mente de Kimberly seguía débil, no pudo soportar que el Dr. Jost, quién lo veía como una figura paternal, no estuviera más a cargo de su cuidado y luego, cuando descubra que ya no podrá ver a Tom… será un blanco mucho más fácil.

Caerá en la demencia, esta vez, lo hará.

Sí, él lo sabía y desde ese día, ha tratado de decírselo a Kimberly pero, ¿cómo lo tomaría ella? Maldición, era cómo ese maldito guardia: si le decía una noticia fuerte sin las palabras correctas, todo en su interior se quebraría.

Apretó sus dientes.

Eso le molestaba: los dos eran débiles. ¿Cómo ese guardia podía jurar que la protegería si ni siquiera él es capaz de protegerse a sí mismo? Su mente, tal vez, estaba más desordenada que la de Kimberly. ¡Mierda!

—Lo que dijiste hace rato —soltó débilmente mirando el gran ventanal que yacía al final del pasillo, el cual, permitía observar cómo la nieve caía con calma y belleza—, es mentira. A mí me importa Kimberly, me importa demasiado —le aclaró y Bill pudo jurar que si sus ojos estuviesen vivos, caerían lágrimas de éstos—. Y es por eso… que no le puedo decir nada. No lo soportaría: ni mi historia, ni la tuya.

—¡Pero… ¡ —Sam negó.

—Entiéndeme, por favor —la boca de Bill se cerró—. Ella no lo tolerará y sólo… sólo empeoraríamos las cosas.

—¿Y qué planeas hacer? —El rubio alzó su vista para después, cerrar sus ojos con pesadez.

—Protegerla.

Miró desde el umbral la figura de Kimberly, al parecer, ella también tenía cosas en qué pensar. Sus hombros se encogieron, ahora ¿qué le decía? No quería mentirle pero… debía mantener el pacto con Sam, después de todo, los dos sólo querían lo mejor para ella.

Le ofreció una sonrisa al percatarse de que volvía a verle. Kimberly no le devolvió el gesto y la verdad, no esperaba que lo hiciera. Suspiró. Ahora Sam y él eran equipo: el primero la protegería desde Baecker y el segundo, la protegería desde su lado. Comprendió muy bien porque Sam se negó a acercarse a ella: era mucho ya el daño que le había hecho que no tenía las agallas suficientes para acercársele una vez más. Además, había hecho una promesa que estaba dispuesto a cumplir: Kimberly no sabrá nada de él, nunca más.

—¿Y bien?

Bill negó.

—Sigue igual de impulsivo. Lo único que hizo fue… decirme que se iba, para siempre.

El pecho de Kimberly dolió y como prueba de aquello, sus pupilas se dilataron completamente. Se quedó inmóvil. ¿Se iba? ¿Así de fácil? No, él no podía irse… no después de todo lo que le había hecho. Él debía volver y enfrentarla, tenían que aclarar las cosas, ¡él no podía irse!

—Sólo me dejó aquí… y se fue —murmuró sintiendo a la perfección una lágrima recorrer por su mejilla—. Él sólo me… me…

Su voz se quebró.

Bill veía cómo rompía en llanto y aunque sabía que debía ir a consolarla tenía que aguantarse esas ganas e ignorar los sollozos como fuera. Si eso pensaba ella de él, estaba bien. Después de todo… eso fue lo que le dijo Sam que hiciera.

—¡¡Lo odio!!

Los ojos del pelinegro se cerraron tratando de no darle importancia a aquellos gritos llenos de dolor y de amargura. Todo esto debía quedarse en ese momento para después, convertirse en olvido.

«Llora ahora Kimberly pero que no sea después. Por favor».



—Si me quiere odiar, que me odie. Me lo merezco y no reclamaré por ello, sólo procura que mi nombre quede en el olvido y que no vuelva a mencionarme, será mejor.

Una vez más, asintió ante aquella indicación.

—¿Sigues con tu plan de venganza?

Sam sonrió.

—Por eso sigo aquí. Yo seré quién me lleve a Baecker al infierno. —Aquello hizo que Bill compartiera su sonrisa. Lo entendía, entendía a la perfección aquel sentimiento: era el mismo que él sintió cuando mató a su padre.

Sam y él eran similares.

—Por cierto… —su voz hizo que le mirara—. Considera que el favor que me debes, lo estas pagando con esto —recordó señalando el momento cuando le enseñó a moverse con libertad—. Vuelvo a ser tu jefe.
—¿Ya no te ayudaré con Baecker? —preguntó encarnando una ceja.

Silencio.

—Eso ya depende de ti.

—… excelente.

Los dos se miraron por el rabillo del ojo. Sin querer, habían firmado un pacto y se habían vuelto compañeros. Aquello hizo reír a Bill, ¿quién lo diría? Al final… Sam no era lo que parecía ser pero, aun así, no iba a bajar su guardia.


Nota final: CHAAAAAAAN CHAAAAAAAN(8) ocho hojas que espero sean de su total agrado!! ¿qué opinan de Sam ahora? o.o kdjfhdkjgf espero y tengan un excelente inicio de semana *-* 

1 comentario:

  1. Me asusta pensar en el momento q Beacker tenga a Kim en sus manos!! Que hara Sam para vengarzee?? Y ee sueño con su madre me dejo muy intrigadaa!! Me pregunto si mas adelante saldran ellos si iran a buscarla o no se pero algoo!!

    Pobre mi Tom ignora todo lo q esta pasando en el hospital..

    Siguelaa prontoo ya sabes disfruto mucho leeyendo tu hermosa fic :D
    bye cuidate

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