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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

16 mar 2013

Capítulo cincuenta y siete.



Los días pasaron y Baecker había logrado su cometido o, al menos, eso fue lo que creyó: el Dr. Jost y Gustav ya no se encontraban a la vista de la paciente, pero eso no quería decir que no mantenía contacto con ellos. Tom, el guardia más importante en la vida de Kimberly, logró esquivar las órdenes de su superior, escabullirse hacia el último piso a la hora en la cual nadie vigila, ver a su pareja e informar sobre su estado de salud al guardia rubio y el psiquiatra malhumorado; todo eso con la ayuda de su compañero Georg quien, por el momento, fue el único que había salido ileso de las manos del Director.

Georg se había convertido en los ojos y oídos de Tom desde la sala de seguridad. Todo dependía de él y si llegaban a ser descubiertos, el castigo vendría siendo todo para él por el simple hecho de ser un cómplice. Lo sabía y aceptaba las consecuencias, después de todo, no podía evitar tener una debilidad hacia las historias de amor… además… no quería que Tom pasara lo mismo que él sufrió con Jeny.

Sonrió. Tom… él era diferente, él sí era fuerte.

Ya lo había dicho una vez: nada ni nadie lograría separarlo de Kimberly, ni mucho menos Baecker. Y lo estaba dejando más que claro al desobedecerle aunque, más bien, lo que hacía era retarlo. Él, al igual que Georg, estaba al tanto de aquello y no le importaba, ¡mejor aún! Que sepa de una vez que no le tenía miedo. No, ya no le tenía miedo a nada.

Aquella nueva manera de pensar le había sorprendido, ¿de dónde había sacado tanta fuerza y determinación? La seguridad llegó a él de la noche a la mañana haciéndole saber de su nueva y permanente actitud. Negó. Él había sido así años atrás, antes del accidente de su hermano, antes de que todo se volviera una mierda en su cabeza; así había sido el Tom adolescente que tuvo que crecer antes de tiempo y que, para ser honestos, extrañaba.

Todos los que le frecuentaban habían notado ese nuevo perfil y se lo habían señalado: había algo diferente en él, se le notaba más fresco, relajado, menos cansado, amigable… eso último se lo dijeron compañeros de trabajo que no lo habían tratado con anterioridad debido a su frío y aburrido semblante. Decían que parecía alguien de mente cerrada que no se permitía socializar con los demás, ¡incluso Kimberly se lo notó! Ya no era el guardia que había llegado a ella con una pesada e innecesaria carga sobre sus hombros. Era ahora un chico divertido, tonto pero a la vez maduro que se atrevía a ver el lado amable de la vida… claro, sin despegarse ya de la realidad.

Tom aceptaba todos esos puntos de vista ya que sabía que todos eran ciertos: volvía a sonreír porque él lo quería, no por obligación. Volvía a respirar porque lo anhelaba, no porque era necesario… volvía a vivir porque lo deseaba y no porque sentía que aquello era su pecado.

Claro, eso no significaba que haya olvidado a su hermano, no, nunca podría hacerlo. Jamás se podría tomar a la ligera su estado. Pero, ahora, cuando lo ve ya no está plasmada aquella culpa en su piel, ya no existía tal sentimiento y es que no había porque tenerlo: lo de Bill había sido algo imprevisto, fue un accidente, de esos inesperados que el destino incluye en la vida de la víctima como en el de las personas que le rodean. Era una prueba más de la vida que tenían que superar todos los involucrados, juntos. Tal vez, llegó a pensar, aquello fue mandado para unir más a la familia Kaulitz que habían perdido el valor y el respeto hacia ellos mismo hace ya muchos años atrás. Sus hombros se encogieron. Si ese era el motivo, ¿por qué Bill y no él, por qué su pequeño hermano, por qué el que no daña a nadie?

Esas eran una de las preguntas que nunca lograron abandonar su cabeza, no importaba cuan fuerte sea ahora.

—Esas flores… ¿tú las trajiste? —cuestionó interrumpiendo la lectura de la nota periodística del día. Tom despegó la vista del papel observando unos claveles color rosa pálido y sonrió mientras negaba.

—Son de Iris. —Respondió dando la vuelta a la hoja, preparándose para leer un párrafo más—. Dijo que Bill siempre le regalaba esas flores… ahora, era su turno.

Simone apretujó más el cuello de su blusa color gris.

—Lo estima mucho, ¿cierto? —su hijo mayor asintió.

—Es su novia —recordó haciendo una lectura rápida a la última página. Resopló al no encontrar nada interesante para leerle a su hermano, así que decidió cerrar de una vez el periódico para despedirse de él. Mañana lo vería…

—Andreas y ella han incrementado sus horas de visita, ¿por qué no vienen los tres? —aquello lo mantuvo inmóvil. Ya se había puesto de pie.

—Es una buena sugerencia, se los comentaré —aseguró viéndola por fin.

Le sonría y lo hacía porque le nacía hacerlo. Si él ya podía hablarle sin rencor en su voz, ¿por qué ella le temía todavía a su merecido rechazo? Dios, su pequeño hijo Tom había crecido demasiado y hasta apenas hoy lo había notado. ¿Dónde estuvo ella todos esos años? ¿Por qué no recuerda haberlo visto crecer, haberlo visto convertirse en un hombre? Su labio inferior tembló, ¿dónde demonios estaba cuando su niño necesitaba de ella, dónde habían quedado sus platicas de madre a hijo, donde había quedado la convivencia de todos esos 18 años a su lado? No puede ser que no existan… es imposible que ella no haya realizado todo lo que una buena madre debe hacer.

Sus cansados parpados se cerraron, ¿acaso en verdad le odió todos esos años? ¿En verdad lo llegó a culpar a él y a Bill de haber perdido a su primer esposo?

—¿Tan egoísta soy?

—¿Dijiste algo? —la pregunta de Simone había sido formulada en un leve murmuro que apenas y logró captar la atención de su hijo mayor quien ya estaba a unos centímetros de la puerta.

Su madre sonrió aguantándose esas inmensas ganas de llorar.

—¿Irás a visitarlo otra vez? —los ojos de Tom se abrieron de par en par ante aquel cuestionamiento. Su mano se quedó ilesa en el aire sin poder tocar el picaporte y por primera vez, se quedó sin palabras frente a ella.

Simone se giró sobre su mismo lugar encontrándose con un niño asustado. Su sonrisa se agrandó, por fin recordó un momento con su hijo: cuando éste se cayó de su bicicleta y lloraba asustado por el raspón en su rodilla. Ella había corrido a auxiliarle. Los dos estaban al borde del infarto: había sido una fuerte caída.

—Siempre tiene flores y sé que no son mías… ni de alguna otra persona. —la mano alzada se apretó al igual que sus labios.

Era un momento tenso, pensó Tom.

—Me alegra saber que no le guardas odio y que después de todo, le tienes respeto —los ojos de su hijo comenzaron a brillar por las lágrimas que amenazaban por salir y por primera vez, Simone se sintió tranquila al saber que no eran lágrimas de dolor.

—Mamá…

—No voy a quitarte más tiempo. Mañana volverás, ¿cierto? —asintió—. Anda ve y que tengas un buen día en tu trabajo.

—Gracias.

La puerta se abrió y cerró tras de él dando el aviso que ese era el momento para llorar y librarse del nudo que aprisionaba su garganta sin piedad. Soltó por fin el cuello de su blusa dejándola completamente arrugada, pero eso no importaba.

—Es tu padre al fin y al cabo.

Sam dejó de ver a la mujer que lloraba de rodillas frente a la puerta cubriendo su rostro en señal de vergüenza hacia sí misma y miró a Bill. Sus ojos eran de tristeza pero contenían un brillo de alegría, era extraño y se preguntó si sus ojos también podrían brillar como los de él pero, después, recordó que estaba muerto mientras que Bill todavía mantenía latidos en su interior.

—¿Sucede algo? —se animó a preguntar.

—Es… es la primera vez que hablan sin pelear.



Jeny se despidió permitiéndole dormir unas horas antes de recibirlo. Se sintió aliviada al tenerla de regreso y aunque le había preguntado insistentemente el por qué tuvo una reacción de temor tan repentino, decidió rendirse y brindarle respeto de privacidad al no tener respuestas claras por parte de su amiga. Al parecer, ella ni siquiera sabía la razón: todo era muy confuso sobre sus recuerdos de cuando estaban viva, inclusive se había olvidado de los momentos que tuvo con su guardia de ojos verdes. Solamente recordaba su rostro y su nombre lo supo gracias a que Kimberly se lo había dicho.

Era frustrante.

—Vamos a dormir —dijo por quinceava vez.

—Sí, lo siento. Es sólo que… no puedo evitar pensar cómo sería estar en la misma situación que Jeny —negó optando por quedarse callada. No quería preocupar a Kimy y tampoco quería pensar demasiado, había sido un largo y pesado día después de todo.

—Mañana jugaremos, ¿verdad? —preguntó ante un rato de silencio. Kim asintió—. Pero primero, ¿practicaras con tus olas de energía?

—Así es —confirmó—. Ahora que sé muy bien cuál es su función supongo que… si es más fuerte la ola, más almas se purificarán. Debo intentarlo.

Kimy la miró con una pequeña mueca en su rostro. —Pero si jugaremos, ¿verdad?

—Sí, lo haremos —las dos suspiraron satisfechas y perdieron su mirada en el techo.

Se sentía exhausta, Baecker había estado todo el día sobre ella tratando de hacerle pruebas y preguntas. Le fastidiaba y también lo hacía el guardia que sustituía el lugar de Tom: había algo extraño en él, no le daba buena espina. Repudiaba que la mirara y no entendía la razón, simplemente evitaba verlo y cooperaba para que no la tocase demasiado tiempo. No lo soportaba.

Exhaló. Todavía era muy desconfiada, pero no importaba. No iba a cambiar su actitud: si es subordinado de Baecker era mejor mantener distancia.

—Quisiera salir al patio a jugar a las escondidas…



—No podemos —la voz de Kimy la regresó a la realidad. La miró—. Mientras siga al cuidado de Baecker no podemos hacer mucho.

—Lo sé —dijo rendida—. ¿Cuánto tiempo estará él sobre nosotras? En verdad quiero salir…

—No tengo la menor idea Kimy… sólo nos queda ser pacientes. Tal vez y si me porto bien… —no dijo nada más.

—Quiero verla.

Los ojos de Kimberly se entrecerraron advirtiendo molestia. Ese comentario no le había agradado en lo absoluto.

Verla. Qué extraño, sabía y a la vez no a quién se refería. Era como si esa persona estuviera plasmada en su cabeza pero dibujada con viento: invisible e intocable. Podía distinguir tenuemente la silueta de esa mujer pero no podía se podía ver a la perfección los rasgos, la ropa, la piel, sus piernas, sus manos, su rostro. Y la verdad, no le interesaba saberlo. No quería saber nada de esa persona, ni siquiera quería que la nombrasen en frente de ella.

Aquella mujer no existía.


—No sé a quién te refieres —finalizó cerrando sus ojos dispuesta a dormir un poco.

—Pero —inquirió— tú también la quieres…

—¡No! —atajó violentamente haciendo que su propio cuerpo se sentara sobre la dura colcha—. Yo no quiero nada, punto. Ahora vete por favor, que quiero dormir.

Kimy hizo un puchero.

¡Mala!

Kim le volteó la cara.

¿Mala? ¡Ja!, en serio, ¿ella era mala? No, ella simplemente era justa: si aquella mujer la dio por muerta cuando la dejó en ese sitio, ella sería inexistente para toda su vida: nunca tuvo mamá, nunca existió. Nunca vivió.

—Mala —repitió entre dientes—, ¡ella es la mala!



Miró de nuevo el dibujo de esa chica y después se dirigió hacia Kimberly. Lamentablemente se le habían terminado sus lápices y las hojas que le quedaban no estaban en buen estado para dibujar. La pared ya no tenía rostros nuevos y su habitación comenzaba a lucir un poco vacía. Se preguntó cómo se entretenía todas esas horas sí ya no podía realizar su más preciado y único pasatiempo, ¿se aburrirá? Por dios, claro que sí. Era en esos momentos cuando se sentía tan inútil: deseaba hacer tanto por ella y no podía moverse cómo quisiera hacerlo. Era un simple guardia.

Entonces, se preguntó si sería buena idea adelantarle su regalo de cumpleaños. Después de todo, faltaba una semana.

—Andreas parece ser alguien divertido —dedujo al terminar de escuchar otra historia por parte de Tom. Era interesante saber más experiencias de él (además de lo que vivió cuando Bill sufrió el accidente), en esos par de días ha conocido a la mitad de los amigos que su pareja tenía a la edad de quince años y le alegró conocer por fin a Andreas e Iris quienes eran los más cercanos hacia su guardia.

—Lo es —aseguró—. Cuando salgas aquí te llevaré directo a que lo conozcas, es un hecho.

Kimberly sonrió con timidez. Tom, siempre dices eso: todos los días aseguras que saldrá tarde o temprano y ella… ella sólo espera que se cumpla.

“Frentón, ya es hora”.

El semblante de la pareja se entristeció al escuchar a Georg por la radio. Cuando él hablaba quería decir que no había más tiempo que perder.

—Frentón —repitió—, ¡ya le dije que no lo estoy! —Kimberly rió por lo bajo.

—La verdad es que… sí.

—¡¿Eh?!

—¡Sólo un poquito! —aseguró entre pequeñas carcajadas que se alargaban un poco más al ver la cara de vergüenza de Tom—. Me gusta —finalizó escondiendo su rostro en el pecho de su guardia. Sintió su aroma en su nariz: aquel perfume que tanto le encantaba, ¡cómo extrañaba sentirlo en su piel!

Lo abrazó un poco más fuerte, hundiendo un poco los dedos en sus hombros. No quería que se marchara, anhelaba tanto volver a estar con él de esa manera. La última vez que hicieron el amor había sido hace dos semanas y después, todo se complicó: Baecker estaba más y más sobre ellos apretando el horario de trabajo.

La mano de Tom acarició el cabello castaño de la paciente y descansó su barbilla en su cabeza, él también la deseaba y lo hacía todos los días.

—Te veré mañana —se despidió después de depositarle un largo y suave beso en los labios—. Duerme, por favor. —Kimberly sólo asintió.

—Cuídate…

Su agarre se apretó un poco más capturando completamente su mano que aun así, se fue resbalando poco a poco de la de ella. En un parpadeo, la puerta ya estaba siendo cerrada y Kimberly sintió un vacío en su interior.

—No… —no, esos momentos no eran suficientes. Ella quería pasar más tiempo con él, ¡ella quería estar siempre con él!


Cuando se dio cuenta, su cuerpo se encontraba pegado contra la fría puerta y sus manos apretaban fuertemente los barrotes de la pequeña ventana. Aun no era tarde, todavía podía verlo…

—¡Tom! —gritó con tanta fuerza que lo único que logró fue alarmar al guardia y a otro par de pacientes que se suponía, yacían dormidos.

—¿Qué pasa? ¿¡Sucede algo… te sientes mal!? —preguntó algo desesperado tratando de sacar sus llaves con su mano izquierda mientras que con la otra, rodeaba la de la chica.

La risilla de Kimberly hizo que pausara todos sus exagerados movimientos de sacar sus llaves y así poder mirarla a los ojos por fin descubriendo sus intenciones: los dos se acercaron a los barrotes y aunque fue un poco incomodo, aquel momento se había convertido en uno de los más especiales en su relación.

Sus labios rosaban los del guardia sin intención de que aquel beso se convirtiese en uno profundo. La lengua de Tom masajeó la suya de una manera tan especial que derritió por un momento el alma de Kimberly. Si no fuese porque se sostenía gracias a los barrotes, estaba segura de que pudo haber caído al piso.

—Hasta mañana, Tom.

Su guardia sonrió.



Había silencio. Ya eran las cinco de la mañana y Georg estaba tomando un descanso dejando sólo su puesto por quince minutos como era su costumbre. Los monitores no captaban nada inusual, sólo un guardia moreno haciendo su recorrido asegurándose que todo estuviese bajo control. Y sí que lo estaba.

La paciente de la habitación 1014 dormía como bebé, ni siquiera había notado su presencia. Muy bien podía entrar en ese mismo momento y hacerle lo que le plazca. Maldita. Fue lo único que se le vino a su mente: ¿cómo una loca podía estar tan buena? Negó. ¿Cómo es que nunca lo había notado? Ese Director, guardándose lo mejor para él.

—Sí que la tenías bien escondida, ¿eh, desgraciado? —murmuró con una sonrisa retorcida.

En esos cuatro años ya había seducido a diez pacientes que sólo sufrían de un trastorno leve, sin importancia. Y de esas diez, pudo aprovecharse de siete y eso porque las otras ya habían salido antes de poder satisfacer sus necesidades.

Pero ella, ¿cuándo saldrá? Nunca. Pobre, estaba ahí sola deseando ser tocada. Mierda. Él quería cumplirle su deseo.

Sus manos comenzaban a ponerse blancas: el agarre contra los barrotes había sido demasiado fuerte. Suficiente, debía hacerlo, ¡y pronto!

—Roy.

Su cuerpo se heló.

—¡Di…director Baecker! —saludó con torpeza despegándose de la puerta. Baecker se asomó confirmando que Kimberly seguía dormida y Roy al notar que lo miraba por el rabillo del ojo se puso firme y trató de no titubear—. Eh, creo que estaba sufriendo de pesadillas… —señaló—, escuché que gritaba y…

—Suficiente —lo calló de golpe—. ¿Piensas que no sé cuáles son tus intenciones? ¿Crees que no sé qué has tenido relaciones sexuales con pacientes en las oficinas de sus psiquiatras? —la sonrisa de Baecker terminó poniéndole los cabellos de punta.

—P… puedo explicarlo. Yo… ellas —lo volvía a callar.

—No quiero oírlo. Seguiré fingiendo que eres un empleado digno y pasaré tus enfermas acciones por alto —y antes de que Roy volviera a respirar, continuó—. Pero para eso, tengo un trabajo extra para ti.

—¿T…trabajo? —preguntó con voz gruesa—. ¿Qué clase de trabajo?

La vista del director se enfocó en la chica que yacía dormida en su habitación teniendo tal vez el mejor sueño de toda su vida. Roy la miró y sus ojos se abrieron ante tal sorpresa. No puede ser, ¿en verdad se tratará de eso?

—Uno muy placentero.



Nota final: ¿Cuál es el punto de Backer? ¿Simone por fin tratará de ser una "buena" madre? o.o espero y disfruten del capítulo :3 

1 comentario:

  1. Arly ya extrañaba la fic!! ..

    Te juro q espero q no sea lo q estoy pensandoo.. Maldito infeliz de Beacker y Roy awww me desesperoo...

    Espero enserio q no le llegue hacer nada a Kim!! Obvioo Tom y Georg la protegeran. Y Sam y Bil no?? Estoy segura q sii..

    Ay y la madre de Kim o mejor dicho sus padres.. Donde estan ya se olvidaron de ella?
    Al menos Simone ya se dio cuenta de su error..
    Siguelaa prontoo.. Esta hermosa la fic .. Ya sabes tus fics son de lujo ;D
    bye cuidate

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