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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

12 may 2013

Capítulo sesenta y cinco.



Se encontraba solo en el pasillo: Jeny y Bill se habían marchado hacia el exterior del recinto a petición de la mujer. Según ella, no soportaba más aquel ambiente y necesitaba salir por unos momentos, pero Sam no era idiota. Él sabía muy bien a donde iba: con ese guardia de cabello largo.

No sabía con exactitud todo lo que pasó entre ellos dos, y la verdad, no le importaba. Sabía lo importante: tenían un romance y ella nunca lo pudo olvidar. Bah, tonterías de mujeres. Pero eso estaba mejor, que se fuera y que se llevara al mocoso de Bill con ella.

Necesitaba su tiempo a solas.

Miró por el rabillo del ojo una vez más aquella barrera y gruñó por lo bajo al tiempo que varias descargas azules invadían el círculo de protección. Lo que sea que Kimberly haya creado, se estaba haciendo más poderoso y no comprendía el porqué: ella estaba inconsciente, en un estado ausente. No podía controlar lo que yacía en el mundo exterior porque simplemente su mente no estaba ahí: estaba perdida. Entonces, ¿cómo demonios la barrera se hacía cada día más impenetrable?

Ya había perdido mucho tiempo. Eso sólo significaba que sería más difícil que la última vez: ahora, se le es casi imposible aprovecharse de la situación. ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué cuando Baecker estaba más cerca de ella? ¡Maldición!

La última vez que Kimberly sufrió un ataque similar había sido gracias a otro ser que quería poseer su cuerpo a la fuerza. Ella entró en un estado de shock, estaba asustada, aterrada y gritando entre dientes en el rincón del baño, observando cómo los pocos productos para su aseo personal volaban por todo el cuarto sin dirección alguna, pero poco segundos después, los objetos se lanzaron contra ella.

Sam nunca podrá olvidar ese día. No por ella, no por él: sino por el ser que atacaba a la paciente sin control. Fue ahí cuando descubrió el poder que seres como ellos poseían. Estaba al tanto que podía hacer travesuras a los vivos, pero, ¿atacarlos? ¿Y con esa furia incontenible? Eso nunca se lo imaginó.

Debió ayudarla. Kimberly estaba siendo maltratada y un objeto, no recordaba cual, logró rasguñar sus brazos y su mejilla izquierda. Sí, por eso había comenzado a sangrar. Pero Sam no se movió de su lugar: seguía haciendo el papel de un simple espectador, tenía curiosidad: quería saber que era lo que ese ser desconocido quería hacer con ella.

—Basta.

El murmullo de la joven llamó la atención de los dos seres. El que la atacaba, detuvo los objetos y estos inmediatamente cayeron al suelo. Sam entrecerró sus ojos y retrocedió: había algo extraño en su voz. Se había hecho más grave, no sonaba como la Kimberly ignorante y desconfiada de siempre.

—Sí puedes verme, es por algo —espetó su atacante—. Tú tienes que servirme para algo, sólo para eso estas. ¡Serás mi cuerpo!

—No me toques —advirtió aun escondiendo su rostro entre sus brazos. Estaba en esa famosa posición suya: con sus piernas abrazadas en un rincón. Tonta, ¿cuándo aprenderá que eso no es siquiera una protección?

—Ese maldito —seguía hablando—, ese maldito me pagará todo lo que me hizo. ¡Lo mataré, vengaré mi propia muerte!

Los ojos del rubio se abrieron de sorpresa. Hablaba de alguien más, de matar, de venganza. ¿Hablará del mismo hombre? ¿Acaso él también… él también fue asesinado por ese maldito Doctor?

—¡¡No!! —gritó la mujer con todas sus fuerzas y Sam pudo distinguir muy bien que comenzaba a llorar.

El ser que trató de tocar su brazo comenzó a desaparecer. Kimberly ni siquiera lo miraba, seguía gritando y llorando como una… como una loca pero Sam sí vio todo y en ese momento, temió por él también.

Lo que haya hecho Kimberly había sido algo sorprendente: había logrado eliminar a su atacante, le había hecho sufrir y agonizar aunque eso ya no tuviera algún cuerpo para sentir. Algo alrededor de Kim había cometido aquel hecho y a la vez, hizo que la chica cayera inconsciente al suelo: se había quedado sin fuerzas.

Dudoso, se acercó a su cuerpo: sus ojos seguían abiertos pero no había absolutamente brillo o vida en ellos. ¿Había muerto? Su entrecejo se frunció y negó, ella no podía morir tan fácil.

—¿Kimberly? —la llamó poniéndose de cuclillas. No obtuvo respuesta y aun sabiendo que podía ser un riesgo tocarla, decidió tomar un mechón que cubría su rostro y ponerlo detrás de su oído. Soltó un suspiro agradecido: no ocurrió nada. Al parecer, lo que había hecho que el otro ser desapareciera, también se había ido.

—Mierda, ¿ahora qué hago contigo? —se quejó sentándose a un lado de la chica inconsciente—. Falta mucho para que alguna enfermera te descubra. Dime, ¿qué haremos hasta entonces, eh? —hizo una mueca—. Oye… ¿tan siquiera me oyes? —silencio—. No sé qué mierda ocurrió, pero me tienes que decir que fue lo que hiciste, ¿cómo mataste a alguien ya muerto?

Decidió callarse de una vez por todas. Kimberly no reaccionaría dentro de un buen tiempo así que no le quedaba otra cosa más que cuidar de su cuerpo.

“¡Serás mi cuerpo!”

Sus ojos se entre abrieron al recordar las palabras de ese ser. ¿Ser su cuerpo? Él… ¿quería poseerla o algo por el estilo? ¿Era eso posible?

Miró el rasguño que le había hecho. Le logró sacar algo de sangre, ¿podía limpiársela…? Podía, ¿tocarla? Sea como sea, debía limpiar ese líquido rojo.

—¿Q… qué?

Cerró su mano y rápidamente se puso de pie. Atónito, volvió a abrirla y miró su palma con estupefacción: cuando tocó la mejilla de Kim… algo dentro de ella trató de absorberlo. Se sintió como si tratase de tragarlo, algo… algo dentro de ella exigía el alma de Sam.

—¡Qué demonios…! ¿¡Por qué hiciste eso Kimberly?! ¡Maldita! —gritó sacando todo el susto que aquel suceso había provocado.

—Maldición, maldito mocoso. ¿Hice todo esto para que tú salieras victorioso? ¡Mierda!

—¿Quién dijo eso? —cuestionó mirando a su alrededor.

No sabía lo que ocurría, pero lo que le quedaba de su instinto le gritaba y rogaba que se fuera de ahí, de inmediato. Esto sólo traería problemas.

—¿A dónde crees que vas? En serio eres idiota. ¿No aprovecharás la oportunidad? El contenedor está preparado, puedes entrar y usar el cuerpo a tu voluntad.

Sam se quedó inerte frente el marco de la puerta. Aquellas palabras, ¿serán ciertas?

—Usar su cuerpo… a mi voluntad —repitió mirando de manera diferente a Kimberly—. Quieres… quieres decir que… ¿puedo profanar el cuerpo de alguien más? ¿Su cuerpo, el de ella…?

—¡Ja! Puedes hacer eso y mucho más, mocoso —lo que yacía en frente de Sam no era nada más que débil energía tratando de juntarse. Comprendió que eran los restos del ser que atacaba con furia a Kimberly, al parecer, logró salvarse—. Después de todo, ¿para eso son, no? Para usarse. Los cuerpos son sólo contenedores de almas. Cualquier alma puede usar el contenedor siempre y cuando este esté vacío.

Sam se tensó.

—¿Me estás diciendo que ella está…?

—¿Muerta? No. —Guardó silencio—. Lo más lógico es que lo esté pero, no. Ella es diferente, ¿tú lo sabes, cierto? —la mirada de Sam cada vez estaba más ausente. ¿Profanar el cuerpo de Kimberly para sus propios usos?—. Su alma se fue, no sé exactamente a dónde pero al mismo tiempo, sigue conectada a su contenedor. Como sea, esa es la señal de que otra alma pueda usar el cuerpo de esta chiquilla.

—Tú querías usarla —murmuró—. Quieres usarla para acercarte a alguien y matarlo. Lo sé, te escuché. Sólo dime una cosa: ese alguien es, ¿el Doctor Baecker?

—… ¿qué sabes tú de él?

Y lo demás, fue historia.

Todo en él se cegó completamente: con el simple hecho de saber que había una oportunidad de vengarse del daño que le fue causado, actuaría. No importaba qué.

La poca energía que quedaba de ese ser, desapareció por fin. Pero antes, se había atrevido a dejarle la obligación de vengarle y Sam lo iba a hacer: iba a vengar a todos.

Titubeó al momento de estar frente al cuerpo de Kimberly. Nuevamente, la idea de que tenía que profanarlo, aun estando vivo y perteneciéndole a alguien más, le perturbaba demasiado. ¿Sería capaz de hacerle algo así? Nunca creyó llegar tan lejos para lograr su objetivo pero, ya no había marcha atrás.

Lo sentía. Ya le había causado mucho daño pero era algo que tenía qué hacer, no importaba el asco que se tenía por eso y si Kimberly no fuera capaz de regresar a su contenedor. No, lo único que importaba era matar a ese bastardo. Y lo haría.

Aunque eso implicase ensuciar las manos de una inocente.

Se puso de rodillas, se sentía torpe: quería acomodar su cuerpo, recostarla en su totalidad pero si la tocaba de esa manera, sería absorbido. No había mejor palabra para describir aquel suceso, que esa.

—Perdóname, perdóname por esto —rogó aun averiguando como moverla—. ¡¡Es mi única opción!!

Gritó y con sus ojos cerrados atravesó el torso de la chica con sus dos brazos. Luego, gritó más: la energía que lo absorbía era demasiada, tortuosa y lo asfixiaba de sobremanera. Por primera vez, en mucho tiempo, tenía miedo.

Y lo peor de todo, es que algo no estaba bien.

—S...Sam… n…no

El brazo izquierdo se levantaba y no lo hacía él: Kimberly regresaba y la energía se hacía más pesada. Ahora, toda esa fuerza quería expulsarlo pero aun así, era débil.

Estaba decidido, entraría contra su voluntad.

—Quítate… por favor… quítate… para… ¡¡para!!

—¡¡Cállate!! —le exigió tratando de controlar sus emociones—. Es suficiente, no me retractaré. ¡¡Así que cállate!!

Pudo escuchar los llantos de Kimberly: los dos luchaban pero ella iba perdiendo. Era débil, ahí logró confirmarlo. Siempre que sus sentimientos ganaban, lo era. Pero de pronto, el lloriqueo se detuvo… Sam había ganado.

«Lo siento, lo siento».

Había demasiada oscuridad a su alrededor. El la controlaba y a lo lejos, pudo observar a alguien más siendo tragada por ésta.

Era Kimberly.

Sus ojos se abrieron de golpe y, cuando recuperó sus sentidos, se percató de que seguía en el pasillo del último piso. Miró a su izquierda visualizando esa maldita barrera de energía, seguía ahí, intacta y su fuerza seguía.

Restregó sus parpados con cuidado. Aquel era un amargo recuerdo y una horrible sensación que, sabía, estaba cerca de volver a revivirlo. Y esta vez, no iba a dudar nada.

—Sólo tengo que ser paciente, sólo debo esperar un poco más.



—Nunca pudiste soportar que alguien se aprovechara de la mujer —soltó al momento en que Tom terminó de contar lo sucedido. Omitiendo, claro, que la chica a la que defendió era su pareja—. Siempre me pregunté qué demonios pasaba en tus relaciones. Las chicas siempre te deseaban la muerte después de que las terminabas.

Sólo se encogió de hombros y al escuchar que su padre se ponía de pie, decidió verlo.

—Tu madre no tiene que enterarse, ¿está bien? No queremos que se preocupe. Ya tiene suficiente —Tom asintió—. En cuanto al trabajo, veré si hay algún vacante en el mío —suspiró—. Haré unas llamadas.

—No es necesario, puedo arreglarme…

—Suficiente —rogó poniéndole un alto con su mano—. Por primera vez, no quiero escucharte.

Nuevamente, se encogió en su asiento.

Gordon se marchó hacia la cocina y Tom se puso de pie desconcertando al también regañado Andreas. Con cuidado, tomó su abrigo y las llaves de la casa.

—¿Adónde crees que vas? —atajó su amigo deteniéndole del hombro.

—Debo ir con Kimberly —respondió acomodándose el cuello de su abrigo color negro.

—¡¿Piensas volver allá?!

Tom lo miró y por primera vez, Andreas supo que la situación era en serio.

—Pienso sacarla. ¿Me detendrás?

—Demonios —susurró hurgando en la bolsa de su pantalón—. No lo choques, ¿de acuerdo?

Tom sonrió y tomó las llaves del carro. Eso era un “haré lo posible.”

Todavía no sabía cómo iba a lograr pasar pero sí sabía que todavía conservaba a sus amigos del hospital.

—Gustav, es mejor que contestes el celular.



La enfermera venía bajando con la bandeja de desayuno y Jost la detuvo al notar que la comida seguía intacta y comenzaba a echarse a perder. Sabía muy bien que esa comida le correspondía a Kimberly ya que conocía a aquella mujer: es la única enfermera que había aceptado a la primera. Creyó que el factor que había influido era su edad, tal vez, Kimberly la veía como una figura materna o simplemente, pensaba que no sería ningún problema para su integridad.

Sea como sea…

—Disculpe, ese desayuno es de la paciente del 1014, ¿cierto?

La señora bajó su vista a la comida y asintió.

—Usted era su psiquiatra, ¿Dr. Jost? —el hombre entrecerró sus ojos al notar que la mujer apretaba el agarre de las bandejas, ocasionando que temblaran—. Gracias al cielo todavía está aquí.

—¿Sucede… algo?

La mujer no se movió.

—¿Recuerda usted como Kimberly permaneció ausente antes de… del ataque a ese guardia, Oscar?

Los labios de Jost se entre abrieron dispuesto a decir algo que todavía no tenía en mente. Tal vez, quería callarla, no quería saber. Realmente no quería escuchar nada.

No. No otra vez. No.

—¡¡Regresó!! —la enfermera lo miró atónita. Después de golpear la pared, su brazo tembló.

—Maldito bastardo, ¡¡me la pagará!


Nota final: Ugh, ese Sam o.o dkfsjfhdf ¿alguien se lo esperaba? o.o ohhhh ¿qué hará ahora? Respecto a Dr. Jost ¿irá a enfrentarse con Baecker directamente? kldshfkjgfjsdgfsd
Estoy en la semanas de proyectos finales y créanme cuando les digo: estoy muriendo por dentro c: kjfhskdjgfds el estrés es kjdfhksjdgaf siento que no lo lograré o.o en fin. Espero y disfruten de la lectura o.o & que tengan buen inicio de semana lml

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5 may 2013

Capítulo sesenta y cuatro



Jugueteaba con sus manos. Estaba sólo en esa pequeña celda esperando a que Andreas llegase con el dinero. Maldito, ya se había tardado, ¿por qué tarda tanto? No había razones.

Recargó su cabeza golpeándose torpemente contra la fría pared, ante eso, sólo cerró sus ojos y después miró al techo. Ya había perdido demasiado tiempo y todavía no tenía un buen plan para ir por ella. Sabía muy bien que entrar por la puerta principal no era ya más una opción.

Necesitaba ayuda de terceros y eso implicaba a Georg, Gustav e inclusive al Dr. Jost pero… ¿quién le asegura que ese plan funcionará?

—Andreas, maldito, llega ya —pidió sobando sus parpados. Estaba cansado y su cuerpo le pedía algo de sueño pero, en estos momentos, no se podía dar ese lujo.

Escuchó a lo lejos el eco de los policías que hacían guardia en las celdas y de repente, no pudo evitar recordar la conversación que había tenido con ese detective. Todo era tan extraño: el hombre sí que sabía cómo hacer su trabajo.

De alguna manera, sintió que le estaba contando todo acerca del Director Baecker mientras que al mismo tiempo, le decía nada. Accedió a compartir que lo han estado investigando desde la muerte de aquel paciente, que era vecino de la habitación de Kimberly: aseguró que algo no cuadraba en la cuartada del Doctor pero, que extrañamente, la única historia que sí lo hacía era de esa niña que juraba que el asesino era un “fantasma”. Era estúpido, se lo soltó sin más y Tom no supo qué decir, sólo se encogió de hombros y aseguró en su cabeza que Kimberly no le había mencionado algo así: sólo tenía miedo de volver a su habitación o de estar sola. Pero jamás le confesó aquel detalle. Y luego, se preguntó que hubiera hecho en ese momento para tranquilizarla, ¿le hubiera dicho “yo te creo”? No lo sabía. Y es que era algo descabellado.

Entonces cayó de golpe nuevamente a la tierra y recuperó sus sentidos: ella estaba en un manicomio, era obvio que es descabellado.

Luego, mencionó algo acerca de desapariciones de pacientes y que hubo uno reciente: parece como si se los tragase la tierra. Toda huella o registro desaparecía como si aquellas personas nunca hubiesen nacido. Era otra cosa extraña y según el detective, su instinto nunca fallaba: algo malo estaba pasando en ese nosocomio y necesitaban averiguar qué. ¿Y cuál era la mejor manera? Infiltrando a un ya trabajador de ese lugar, informarle de todo y todos. Tener en mira al Director y estar en alerta si veía algo fuera de lo normal.

Pero Tom no comprendía, ¿cómo podía ser de ayuda sí él ya no podía entrar a ese sitio? Su entrada estaba prohibida. Pero bueno, llegó a un punto en que decidió no darle importancia: el detective le había prometido seguridad a Kimberly si cumplía con su parte del trato y dinero extra para el hospital de su hermano. Eso era lo único que importaba.

—¿Sucede algo, por qué hablas tan bajo? —le preguntó Andreas al otro lado del teléfono.

—¿Dónde estás? —cuestionó después de pasar una gran cantidad de saliva.

—¿Ocurre algo?

—Dime, ¿dónde estás? ¿En el hospital?

—S… sí, estoy con Iris. Sólo que ella entró con Bill en estos momentos, ¿quieres hablar con ella o…?

—No, no escúchame —atajó algo desesperado—. Necesito que vayas a mi departamento y saques mi dinero, ya sabes dónde está.

—¿Tu dinero? ¿Para qué? Mierda Tom, dime ¿qué sucede?

—Estoy en la cárcel Andreas. Y necesito que vengas a sacarme —soltó sin más—. Ven lo más rápido posible y procura no sacarles sospechas a mis padres. Ellos no tienen por qué enterarse, ¿entendido?

—¡Qué demonios haces ahí… ¡ ¿Tom?, ¿T…?

Exhaló todo el aire por la boca al colgar el teléfono. Ahora, sólo tenía que esperar.

—Perdón por meterte en este lío, amigo.

Los ecos de los policías se escuchaban cada vez más cercas y pudo distinguir más pasos: venían con más personas. ¿Sería Andreas?

Ansioso, se levantó de la cama (si es que así podría llamarse esa porquería) ocasionando que ésta rechinara e inmediatamente se pescó de los barrotes, asomando su rostro lo más que podía: distinguía siluetas y los uniformes de los policías pero no veía a Andreas más bien vio a...

—Mierda. Mierda. Mierda.

—Kaulitz —el chico retrocedió al tener a los uniformados en frente—. Han pagado su fianza, puede salir.

«¿Salir? Oh no, no, no. Yo me quedo aquí, gracias. Ahora, cierren nuevamente esa puerta. Vamos, ciérrenla, ¡háganlo!», nuevamente se sintió como un niño. Uno que le tenía miedo a su padre cuando sabía que sería regañado por éste al realizar una travesura de mal gusto. Sí, se sentía de nueve años nuevamente y de repente, vio a Gordon más joven: era extraño, pero cuando endurecía sus facciones y demostraba su enojo, de alguna manera, reducía su edad.

Y él, él se sentía pequeño.

—Gordon, que… ¿qué haces aquí? —la mirada de su padre se endureció aun más.

—Es lo que yo iba a preguntar Tom, ¿qué demonios haces aquí?

Los ojos de Tom se cerraron con pesadez: eso era exactamente lo que quería evitar. Que su familia se enterase de su maldito ataque de ira, de que estuvo a punto de matar a un hijo de puta y como consecuencia, lo metieron por prisión. No importaba si fuese por un par de horas. La vergüenza y decepción estarían presentes en los rostros de Simone y Gordon y eso era lo que no quería: causarles más problemas.

—Lo siento —escuchó la voz de Andreas. Oh, así que sí vino—. Escuchó todo… lo siento.

Gordon los miró a los dos con sumo enojo logrando que Andreas se encogiera en su sitio.

—Hay que irnos de este lugar —dijo tomando el brazo de su hijo mayor—. Es desagradable.


El dolor que sentía en su rostro era insoportable. Ya habían pasado las tres horas, eso significaba que su medicamento para el dolor llegaría en cualquier momento pero la maldita enfermera estaba retrasada. Maldita mujer, malditas sus compañeras, maldito el hospital. De seguro la señora con un poco de peso encima se quedó platicando con las demás acerca de las infidelidades que cometían los Doctores con enfermeras más jóvenes. Envidiosas, ya quisieran tener la misma atención de ellas.

Ugh, ¿qué no se daban cuenta que se moría de dolor? Puto Kaulitz, todo era su culpa. No, era culpa de Baecker sí… ese imbécil lo había metido en ese problema. Nunca mencionó que Kaulitz era demasiado agresivo, el muy estúpido se lo tenía bien escondido. Agh… maldición, todavía no podía abrir su ojo izquierdo y extrañamente, no sentía esa zona. Parecía como si estuviese adormilada.

—Ya era hora —refunfuñó al escuchar que la puerta se abría. Maldita enfermera.

—¿Esperabas tu medicamento? —sus ojos, perdón, su ojo, se abrió de golpe al escucharlo—. Lo lamento, creo que lo retrasé.

—Director Baecker —sonrió con ironía y como pudo, volteó a verlo—. Qué sorpresa, no esperaba verlo.

—¡Pero qué dices! Después de todo yo te estoy pagando el hospital.

—Oh, sí. Olvidé que esa era su disculpa por lo que me ocurrió —recordó dejando caer todo su peso en la cama. Su ojo se cerró automáticamente, todavía estaba muy lastimado y cualquier tipo de esfuerzo lo cansaba de inmediato—. Y dígame, ¿consiguió lo que quería?

El reflejo de los lentes de Baecker brilló.

—Sí, gracias a ti.

—Ya veo. ¿Y qué tiene planeado hacer con ella?

—Creí que no te importaba —Roy volvió a sonreír.

—No. Pero a estas circunstancias, ¿qué importa ya?

—No es necesario que lo sepas. Después de todo, no lo entenderías —aseguró dando media vuelta, preparándose para salir—. Vendré nuevamente para ver tu recuperación —Roy lo agradeció. Si rápido se marchaba, más rápido le traían su medicamento—. Oh, ¡se me olvidaba! —soltó la perilla y volvió a girarse hacia el muchacho—. Como agradecimiento, te permitiré que regreses y termines lo que empezaste con Kimberly, ¡claro, si es que todavía tienes la fuerza necesaria!

Escuchó su risa. Se burlaba de él, ¡el muy hijo de puta se burlaba en su cara!

—Vete a la mierda —espetó entre dientes sintiendo como la impotencia se apoderaba de su inútil cuerpo.

Y se fue, pero se fue riendo.


La enfermera de día, que se consideraba amiga de la paciente entró con una bandeja nueva de comida con la esperanza de que encontrar las otras dos bandejas vacías, pero no. Seguían intactas y el pan podía asegurar que ya estaba duro.

Aun no comprendía porque el Director no la dejaba quedarse con ella para que tomase su desayuno, como siempre lo hacía. Al principio creyó que se trataba de un castigo hacia la paciente por el incidente que hubo con el guardia llamado Kaulitz pero simplemente era algo extremo e innecesario. Pobre chica, simplemente… pobre chica.

—Kimberly, ¿estuviste así toda la noche? —preguntó un poco sorprendida. La paciente seguía sentada en la cama, abrazando sus piernas y mirando a ningún punto en especial—. ¿Qué te parece si te acuestas? Descansarás mejor y cuando despiertes, podrás comer tu desayuno, ¿sí? —pero no obtuvo respuesta.

La enferma suspiró y sin su consentimiento la movió.

No fue tan difícil, la verdad la sentía mucho más ligera y eso le preocupó. Con cuidado, la recostó en la cama y antes de acomodar sus piernas y brazos, quitó la única cobija que tenía (que por cierto, estaba segura, no era de las que daban en el hospital) y la tapó.

Hizo una mueca y con compasión maternal, le quitó unos mechones que cubrían su rostro, acomodándoselos detrás de su oreja pero, al rozarla, recibió un fuerte toque eléctrico ocasionando un leve quejido.

Sin darle importancia, sobó su mano derecha y sonrió.

—Está mejor, ¿no crees? —la chica ausente miraba el techo sin hacer un gesto alguno, ni siquiera parpadeó—. Regresaré dentro de dos horas, espero y hayas probado tu comida Kimberly.

Con cuidado, tomó las dos bandejas y salió de la habitación.

—¿Y? —preguntó el guardia que la acompañaba.

—Iré con el Director, lo que sea que le esté pasando, no está bien.

Kimy se bajó del escritorio dando un pequeño salto al momento en que la enfermera salió. Echó un vistazo al desayuno y se dio cuenta que se trataba del favorito de Kim. Entusiasmada, tomó un pan tostado y lo acercó a su rostro.

—¡Huele muy rico! —gritó saboreándose—. Vamos Kim, despierta, ¡es hora de comer! —pero nuevamente, no se movió—. ¿Kim? —otra pequeña descarga sucedió a su lado, logrando asustarla y ocasionó que perdiera la desconcentración: el pan atravesó su manita haciendo que el pan cayera sobre la cobija de la paciente.

Kimy, algo avergonzada, trató de tomarlo nuevamente pero era imposible. No lo lograba.

—Lo siento, lo siento mucho Kim. Perdón por ensuciarte, ¡perdón! —decía al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas. Alrededor del pan había migajas, debía limpiarlas. Debía de cuidar del cuerpo de Kim pero simplemente algo no se lo permitía.

¿Acaso Kimberly no se lo permitía?


—No tenemos noticias de ellas —exclamó Sam dándole vueltas al pasillo. Ya había pasado casi dos días y Kimy no había regresado.

—Tal vez no puede volver —inquirió Jeny y al notar las miradas alarmantes de sus compañeros, se encogió de hombros.

—¡Por eso exactamente no quería que fuera! —gritó exaltado—. ¿Ahora qué demonios hacemos? ¿Seguir “cuidándola” desde aquí?

Bill se rascó la cabeza con desesperación.

—¿Qué más podemos hacer? Mientras esa barrera exista, no podemos acercarnos a ella.

Sam, fastidiado y sintiéndose un completo inútil se dejó caer a un lado de Bill y echó su cabeza hacia atrás: su paciencia se estaba agotando.

—En el momento en que esa cosa se debilite, entraré. Juro que lo haré y…

—¿Salvarás a Kimberly? —Atajó el pelinegro—. No quieras hacerte el héroe. Todos queremos salvarla.

Pero, la pregunta aquí era: ¿ella realmente quería ser salvada?

No.


—… confié en ti en todas las maneras posibles, pero no fue suficiente para hacer que te quedarás… date vuelta… he perdido mi camino… —susurró tratando de recordar el tono de la canción.

Una vez, la escuchó gracias a la chica que realizaba limpieza a fuera del pasillo. Nunca le prestaba atención a su música pero… aquella canción y aquella letra, de alguna manera, la hacía sentirse identificada y llegó a pensar que el cantante la había escrito para ella.

Esa canción era su vida y en esos momentos… se la dedicaba a su guardia.

¿Logrará escucharla? No, creo que no.

—Tú no estás aquí —cantó por última vez—, ¿estás aquí?

De nueva cuenta, su cuerpo se cansó y demandó dormir. Poco a poco sus ojos se cerraron esperando que, cuando los abriera, por fin todo el dolor que sentía ya no existiera.

Sí, quería morir.

“Come and rescue me, I am burning, can’t you see?”



Nota final: kdfsdklfldslf me morí cuando hice la parte de Baecker y Roy XDDD soy mala ;_; pero no aguanté la risa X'D espero y disfruten mucho de esta lectura *-*. Como siempre, les deseo un buen inicio de semana, empiecen con energía el lunes lml... trataré de hacerlo yo también :c en fin, las quiero mucho lectoras. Gracias por apoyar FOI!